lunes, 8 de febrero de 2016


Hacia Santillana del Mar ( capítulo I)

Hay ocasiones en que los viajes se diseñan a lo largo y ancho de un paseo con la compañía de alguien que coincide contigo. Y este fue el caso que nos llevó a compartir ruta y destino con unos amigos y siguiendo Las recomendaciones de cercanos, elegimos hospedaje. Salir a primera hora hacia la ruta Mudéjar y atravesar todo Aragón antes del mediodía no supuso ninguna dificultad y los kilómetros descontaban tiempos de una manera continua. Ya en un área de servicio, en aras de la fortuna, logré aplacar la ansiedad de un fumador que no encontraba nicotina de ninguna de las maneras. Hacía tiempo que me alejé de la dependencia y no sé muy bien cómo apareció en mi macuto un último paquete de rubio americano que tan buen final obtuvo en aquellos labios peregrinos. Repostamos, descendimos hacia Bilbao y continuamos ruta hacia Santillana del Mar. A la hora prevista, en el cruce previsto, la casona prevista y el equipaje extraído. Realmente  llamar equipaje a aquellas maletas, sería injusto. Eran dos baúles flexibles de infinitos metros cúbicos rebosantes de atuendos. Por un momento pensé que nuestros amigos se mudaban definitivamente de domicilio a las estribaciones cántabras. El “por si acaso” que todos llevamos colgado como sambenito a la hora de completar la maleta se escribía en mayúsculas y más parecía el ajuar de una maharaní a punto de casarse que de una familia de tres miembros en viaje veraniego de una semana. Ya hubiese querido la famosa tonadillera haber tenido semejante equipamiento en sus viajes a las Américas. ¿Qué guardaban allá adentro? El tiempo respondería a tal cuestión, pero a todas luces, si pensaban deshacer la maleta al acceder a la habitación, faltaría hueco en los  armarios. Las risas de rigor, la sorna subsiguiente, los filetes rusos comidos a la sombra del porche y el cortacésped automático pululando a sus anchas, anticipaban diversión. No lejos de allí, las cuevas irían dando testimonio sucesivo de prehistorias y seríamos testigos de la evolución del ser humano, a veces a peor. Quedaba clara la constancia de que las tres mentiras le cuadraban perfectamente a la noble villa. Ni santa, ni llana ni marina. Los Güelitos decidieron legar a una de sus nietas esta casona que nos alojaría y en ella, Maite, gobernaría con firmeza ante la atenta y pausada mirada de José que se declaraba hombre de las cavernas y como tal dedicado a la preparación mecánica de coches y por lo tanto ajeno a las tareas de mantenimiento de tal posada. Una nueva forma de entender la relación de pareja que no dejaba de sorprendernos y que se sumaría a todas las sorpresas que Cantabria nos mostraría a lo largo de los siete días siguientes.       



Jesús(defrijan)

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