Hacia Santillana del Mar ( capítulo I)
Hay ocasiones en que los viajes se diseñan a lo largo y ancho de un
paseo con la compañía de alguien que coincide contigo. Y este fue el caso que
nos llevó a compartir ruta y destino con unos amigos y siguiendo Las
recomendaciones de cercanos, elegimos hospedaje. Salir a primera hora hacia la
ruta Mudéjar y atravesar todo Aragón antes del mediodía no supuso ninguna
dificultad y los kilómetros descontaban tiempos de una manera continua. Ya en
un área de servicio, en aras de la fortuna, logré aplacar la ansiedad de un
fumador que no encontraba nicotina de ninguna de las maneras. Hacía tiempo que
me alejé de la dependencia y no sé muy bien cómo apareció en mi macuto un
último paquete de rubio americano que tan buen final obtuvo en aquellos labios
peregrinos. Repostamos, descendimos hacia Bilbao y continuamos ruta hacia
Santillana del Mar. A la hora prevista, en el cruce previsto, la casona
prevista y el equipaje extraído. Realmente
llamar equipaje a aquellas maletas, sería injusto. Eran dos baúles
flexibles de infinitos metros cúbicos rebosantes de atuendos. Por un momento
pensé que nuestros amigos se mudaban definitivamente de domicilio a las
estribaciones cántabras. El “por si acaso” que todos llevamos colgado como
sambenito a la hora de completar la maleta se escribía en mayúsculas y más
parecía el ajuar de una maharaní a punto de casarse que de una familia de tres
miembros en viaje veraniego de una semana. Ya hubiese querido la famosa
tonadillera haber tenido semejante equipamiento en sus viajes a las Américas.
¿Qué guardaban allá adentro? El tiempo respondería a tal cuestión, pero a todas
luces, si pensaban deshacer la maleta al acceder a la habitación, faltaría hueco
en los armarios. Las risas de rigor, la
sorna subsiguiente, los filetes rusos comidos a la sombra del porche y el
cortacésped automático pululando a sus anchas, anticipaban diversión. No lejos
de allí, las cuevas irían dando testimonio sucesivo de prehistorias y seríamos
testigos de la evolución del ser humano, a veces a peor. Quedaba clara la
constancia de que las tres mentiras le cuadraban perfectamente a la noble
villa. Ni santa, ni llana ni marina. Los Güelitos decidieron legar a una de sus
nietas esta casona que nos alojaría y en ella, Maite, gobernaría con firmeza
ante la atenta y pausada mirada de José que se declaraba hombre de las cavernas
y como tal dedicado a la preparación mecánica de coches y por lo tanto ajeno a
las tareas de mantenimiento de tal posada. Una nueva forma de entender la
relación de pareja que no dejaba de sorprendernos y que se sumaría a todas las
sorpresas que Cantabria nos mostraría a lo largo de los siete días
siguientes.
Jesús(defrijan)
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