Incendio y fin de viaje ( capítulo VII)
Una mañana soleada con la brisa marina
levantando a las olas y más de seiscientos kilómetros por delante precisaban de
un desayuno reparador. Un último paseo por las arenas que recordaban de nuevo a
Serrat y su Mediterráneo más presente que nunca. Y al girar sobre las azaleas,
la cancela abierta y el mendigo que se desperezaba guardaba silencio. Mientras,
de entre los nichos, surgía la voz del
poeta pidiendo al caminante que construyese su camino entre las cunetas
ausentes de purgados por ideologías políticas y recubiertas de versos
esperanzados. Estaba clara la dedicatoria para el inmediato recital poético de
Agosto y con un punto de nostalgia, cerramos la maleta como se cierra una saeta
callada al final de la procesión. Podrá faltar el poeta pero siempre quedará su
poesía mientras el hombre mantenga en vilo a
la ilusión que tantas veces le es robada. Subimos la pendiente mientras
desde el salpicadero del coche las notas en su honor surgían y emprendimos ruta
de nuevo. La duda nos vino ante el hecho de dilatar la vuelta y pasar por las
zigzagueantes carreteras o seguir por la vía rápida. Al final optamos por esta
última y esa decisión a cara o cruz nos evitó el desastre que empezaba a
cernirse a nuestro paso sin nosotros saberlo. De hecho, fuimos conscientes de
la noticia al llegar a destino y no pudimos dar crédito a las imágenes. Un
viento cálido se había encargado de enfurecer a aquella colilla que algún
imprudente decidió no pagar adecuadamente. Prendió sobre la hierba seca y todo
el Pirineo Oriental se vio sometido al fuego. Un fuego iracundo que provocó,
como supimos más tarde, el infortunio en más de un transeúnte que tuvo la
infeliz ocurrencia de verse atrapado entre el mar y el fuego. Una vez más, la
Naturaleza se cobraba el tributo del modo más cruel que se conoce y una vez más
la muerte nos pasaba de largo. Nunca fue la Costa Brava tan acorde a su
denominación aunque en esta ocasión desde la tierra firme. Delineantes del
levante íbamos trazando la paralela sin acabar de entender cómo se viene el
final de modo tan inesperado. De allá arriba nos traíamos el sabor de una país
que incluso era capaz de ganar copas de navegación marítima sin tener mar, que
hacía la vista gorda ante la procedencia del dinero ajeno, que seguía poblando
sus calles con tranvías a la antigua usanza, que alardeaba de un nivel
económico propio de alguien más acomodado al laboro que al ludo. Aquí abajo nos
seguí esperando la otra cara de la moneda y el verano, en pleno esplendor, así
lo anunciaba. Días después el incendio se dio por controlado y un trébol de
cuatro hojas sonreía desde el anaquel entre las páginas de un libro de
poemas.
Jesús(defrijan)
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