viernes, 19 de febrero de 2016


De Coruña a Nolla (capítulo II)

Al día siguiente, ya repuestos del festejo, y sorteando brumas con claros, nos dispusimos a recorrer Coruña. Evidente resultó el acceso hasta el paseo de Riazor y tras él un transitar a lomos de un tranvía que se negaba a jubilarse mientras siguiese cumpliendo con su misión de acercar a la costa a los innumerables turistas. Poco a poco ascendimos hacia la Torre de Hércules a cuyo pie dice la leyenda fue enterrada la cabeza de un gigante derrotado en combate. Compartiendo espacio, un fusilero coronado como  Carlos III parece esperar el turno de disparo ante el paso del ánade despistada. Y más a ras de olas, la rosa de los vientos invitando a encontrar la ruta adecuada a quienes retan a la muerte por más que se acerque a la costa. Un paseo marítimo en el que las gaviotas retan a los surferos inmóviles y la ruta hacia Nolla preparada. Allí nos esperaba la primera sorpresa, la primera desilusión y la subsiguiente recompensa. No, no era lo esperado, aquel alojamiento. De modo que para quitarnos el mal sabor de boca optamos por acercarnos a O Grove y paliar con un viajecito en barca la mala impresión. Supongo que el albariño y las bateas de mejillones contribuyeron a que el arroz con bogavante se quedase a mitad por más descomunal que fuese aquella ración para tres. Justo a los postres, la impensable noticia televisiva hablaba de un accidente de metro en Valencia, y la lógica preocupación nos llegó. La ruta que habíamos tomado hacía días llevaba el sentido inverso a aquellos mochileros blancoamarillentos que rendirían pleitesía a Su Santidad y la fatalidad los hizo coincidir con las víctimas que siguen buscando justicia hoy en día. Ni siquiera el posterior paseo por La Toja pudo aportar un mínimo de alegría a aquella jornada que se vestía de luto. La Ermita de las Conchas rodeada de hortensias pareció compadecerse y con la firme idea de pernoctar en otro lugar regresamos a por el equipaje. Y allí, nada más entrar a saldar la cuenta, estaba Mariano. Puro nervio y simpatía cargado con una piscina inmensa sobre la que verter el agua que invitaba al baño. Un paso atrás en la decisión y una oportunidad a la vista de cómo transcurriese la noche. Supongo que el conjuro de la queimada y las risas de la tertulia nocturna de Julio cumplieron con su labor y allí permanecimos por el resto de los días. En las inmediaciones la bajamar dejaba constancia de su ritmo y los eucaliptos lo cubrían todo. Era suficiente por hoy.



              Jesús(defrijan)

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