De Coruña a Nolla (capítulo II)
Al día siguiente, ya repuestos del festejo, y sorteando brumas con
claros, nos dispusimos a recorrer Coruña. Evidente resultó el acceso hasta el
paseo de Riazor y tras él un transitar a lomos de un tranvía que se negaba a
jubilarse mientras siguiese cumpliendo con su misión de acercar a la costa a
los innumerables turistas. Poco a poco ascendimos hacia la Torre de Hércules a
cuyo pie dice la leyenda fue enterrada la cabeza de un gigante derrotado en
combate. Compartiendo espacio, un fusilero coronado como Carlos III parece esperar el turno de disparo
ante el paso del ánade despistada. Y más a ras de olas, la rosa de los vientos
invitando a encontrar la ruta adecuada a quienes retan a la muerte por más que
se acerque a la costa. Un paseo marítimo en el que las gaviotas retan a los
surferos inmóviles y la ruta hacia Nolla preparada. Allí nos esperaba la
primera sorpresa, la primera desilusión y la subsiguiente recompensa. No, no
era lo esperado, aquel alojamiento. De modo que para quitarnos el mal sabor de
boca optamos por acercarnos a O Grove y paliar con un viajecito en barca la
mala impresión. Supongo que el albariño y las bateas de mejillones
contribuyeron a que el arroz con bogavante se quedase a mitad por más
descomunal que fuese aquella ración para tres. Justo a los postres, la
impensable noticia televisiva hablaba de un accidente de metro en Valencia, y
la lógica preocupación nos llegó. La ruta que habíamos tomado hacía días
llevaba el sentido inverso a aquellos mochileros blancoamarillentos que rendirían
pleitesía a Su Santidad y la fatalidad los hizo coincidir con las víctimas que
siguen buscando justicia hoy en día. Ni siquiera el posterior paseo por La Toja
pudo aportar un mínimo de alegría a aquella jornada que se vestía de luto. La
Ermita de las Conchas rodeada de hortensias pareció compadecerse y con la firme
idea de pernoctar en otro lugar regresamos a por el equipaje. Y allí, nada más
entrar a saldar la cuenta, estaba Mariano. Puro nervio y simpatía cargado con
una piscina inmensa sobre la que verter el agua que invitaba al baño. Un paso
atrás en la decisión y una oportunidad a la vista de cómo transcurriese la
noche. Supongo que el conjuro de la queimada y las risas de la tertulia
nocturna de Julio cumplieron con su labor y allí permanecimos por el resto de
los días. En las inmediaciones la bajamar dejaba constancia de su ritmo y los
eucaliptos lo cubrían todo. Era suficiente por hoy.
Jesús(defrijan)
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