Almagro
En estos tiempos en los que el espectáculo se nos muestra desde los
escenarios de la mediocridad, asistir al festival de teatro clásico de Almagro
se planteaba como un oasis de redención. De modo que al son de las letras del
Siglo de Oro acudimos para disfrutar de la escena a través del libreto de la
inmortalidad. Recomendaciones nos llevaron a la Casa del Rector y allí, Juan,
el diligente Juan, supo ver en nosotros a quienes ni nosotros mismos
sospechábamos. Nos sedujo con la oferta y no pudimos resistirnos a la suculenta
suite que ya ocupase Penélope mientras entonaba su “Volver” tras la claqueta de
Almodóvar. Un sitio encantador como encantador resultó todo una vez que el sol
decidió dar una tregua. Por su Plaza Mayor se alternaban las manualidades de
espartos con los caldos y quesos típicos y los cuatro frontales verdes olivas
daban una imagen de elegancia a tan digna receptora. El Corral, semioculto en
uno de sus corredores, esperaba turno y los actores departían entre mesa y mesa
con los llegados mientras las berenjenas mostraban su categoría. Y todo
rezumaba a bambalinas en mitad de la canícula. De ahí que la visita al museo
dedicado a actores y actrices resultase tan imprescindible para conseguir
entender, un poco al menos, la dualidad con la que cargamos todos a diario en
el escenario de la vida. Trajes, adornos, reliquias de los grandes del teatro
en una especie de sacristía profana a la que rendir culto y admiración . Dos
representaciones en sendos días para degustar en vivo lo que antaño fuese
digerido desde la noche de los viernes en Estudio 1 y que tantos buenos
momentos proporcionase. Mañanas dedicadas a las proximidades en las que el agua
es protagonista como remanso y parada hacia las migratorias aves en Daimiel y
reminiscencias de Chorreras durante el regreso en Ruidera. Tan breve como
satisfactoria y tan imprescindible como fugaz aquellas dos jornadas en las que
la ruta del Quijote se hizo presente para guiarnos entre los molinos de un
palco como espectadores afortunados. Quien tenga la tentación de asistir a este
magno evento, que no lo aplace; nadie debería renunciar a conocer en primera
persona a Almagro y dejarse seducir por la magia que encierra cada verano
cuando Julio decide despertarlo de la siesta para goce de los sentidos. Si la
vida es puro teatro tal y como reza el bolero, aquí, no os quepa duda, la
concha del apuntador será vuestra aliada para dar fe de todo ello.
Jesús(defrijan)
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