domingo, 7 de febrero de 2016


El renacido, o cómo perder una tarde de sábado

 Podría concluir aquí mismo la crónica de lo visto ayer por la tarde y no pasaría nada. Pero quizás un ánimo masoquista me lleve a recordar el porqué de tan nefasta elección para ver si así consigo convencer a alguien que tenga las mismas dudas que yo a la hora de elegir película y justificar el desembolso hacia la misma. Cierto que todo rodaje concluido te acaba llevando a alguno ya visto con anterioridad y en eso estábamos cuando empezaron a aparecer similitudes con bailes lobatos, osos defensores de sus crías,  hombres llamados caballos y más que ahora mismo no recuerdo. Pero cuando a todas esas semejanzas se le suman toques de teoremas  pasolinianos, miradas eternamente lentas hacia las copas de los árboles que parecen esperar la llegada  del ángel custodio y primeros planos sin venir a cuento, te acabas preguntando aquello de qué hago aquí. Y lo peor de todo es que sabes que dos horas y media de largometraje te tienen  secuestrado en el  último asiento de la última fila, arrinconado. No es plan de desmontar el bufet de palomitas y colas  que se ha extendido a tu diestra para no añadir sufrimiento a quienes  ahogan sus bostezos ingiriendo mecánicamente con tal de entretenerse con algo. Y tú, iluso espectador, esperando que de un momento a otro, aquello despegue. Y el pobre Leonardo di Caprio pasando las de Caín  sobreviviendo a todo tipo de penurias. Que tiene hambre, pues se alimenta de no se sabe qué, que tiene sueño, pues duerme a la intemperie bajo capas de nieve sin ningún problema; que los pieles rojas están a  punto de cazarlo, no pasa nada, o se desliza cataratas abajo enfundado en una piel de oso que debe ser de neopreno o salta desde un altísimo peñasco sin paracaídas y con el caballo moribundo herido y se salva milagrosamente. Aquí, Bond, James Bond, tendría mucho que aprender. Y todo esto mientras su cuerpo que ha sido convertido en páramo arado por las zarpas de úrsido cura milagrosamente sin más pócima que las bajas temperaturas.  Mientras tanto, el malo malísimo, el más malo que la quina, ejerciendo su papel totalmente previsible y una tribu en busca de la hija del jefe que por lo visto otra brigada de peleteros franceses tenía secuestrada.  No, no es que me haya levantado con sueño y esté relatando con desgana el guión; es que, aun queriendo encontrar alguna coherencia narrativa, no hay manera. Es lícito el hecho  de pregonar nominaciones como reclamo a las taquillas porque el cine no deja de ser un mundo de ilusiones que merece nuestro respeto. Pero sería de agradecer que antes de traspasar la puerta de entrada a la sala, cualquier aficionado al cine de verdad, tuviese diez minutos de cortesía para visionar lo que no siempre merece la pena. Igual algún día alguien decide defender una postura semejante y entonces no será necesario ver en nosotros mismos al renacido que ha sido capaz de sobrevivir a un bodrio como el que ayer me robó la tarde.

     

Jesús(defrijan)     

No hay comentarios:

Publicar un comentario