El renacido, o cómo perder una tarde de sábado
Podría concluir aquí
mismo la crónica de lo visto ayer por la tarde y no pasaría nada. Pero quizás
un ánimo masoquista me lleve a recordar el porqué de tan nefasta elección para
ver si así consigo convencer a alguien que tenga las mismas dudas que yo a la
hora de elegir película y justificar el desembolso hacia la misma. Cierto que todo
rodaje concluido te acaba llevando a alguno ya visto con anterioridad y en eso
estábamos cuando empezaron a aparecer similitudes con bailes lobatos, osos
defensores de sus crías, hombres
llamados caballos y más que ahora mismo no recuerdo. Pero cuando a todas esas
semejanzas se le suman toques de teoremas pasolinianos, miradas eternamente lentas hacia
las copas de los árboles que parecen esperar la llegada del ángel custodio y primeros planos sin venir
a cuento, te acabas preguntando aquello de qué hago aquí. Y lo peor de todo es
que sabes que dos horas y media de largometraje te tienen secuestrado en el último asiento de la última fila, arrinconado.
No es plan de desmontar el bufet de palomitas y colas que se ha extendido a tu diestra para no
añadir sufrimiento a quienes ahogan sus
bostezos ingiriendo mecánicamente con tal de entretenerse con algo. Y tú, iluso
espectador, esperando que de un momento a otro, aquello despegue. Y el pobre
Leonardo di Caprio pasando las de Caín sobreviviendo a todo tipo de penurias. Que
tiene hambre, pues se alimenta de no se sabe qué, que tiene sueño, pues duerme
a la intemperie bajo capas de nieve sin ningún problema; que los pieles rojas
están a punto de cazarlo, no pasa nada,
o se desliza cataratas abajo enfundado en una piel de oso que debe ser de
neopreno o salta desde un altísimo peñasco sin paracaídas y con el caballo
moribundo herido y se salva milagrosamente. Aquí, Bond, James Bond, tendría
mucho que aprender. Y todo esto mientras su cuerpo que ha sido convertido en páramo
arado por las zarpas de úrsido cura milagrosamente sin más pócima que las bajas
temperaturas. Mientras tanto, el malo
malísimo, el más malo que la quina, ejerciendo su papel totalmente previsible y
una tribu en busca de la hija del jefe que por lo visto otra brigada de peleteros
franceses tenía secuestrada. No, no es
que me haya levantado con sueño y esté relatando con desgana el guión; es que,
aun queriendo encontrar alguna coherencia narrativa, no hay manera. Es lícito
el hecho de pregonar nominaciones como
reclamo a las taquillas porque el cine no deja de ser un mundo de ilusiones que
merece nuestro respeto. Pero sería de agradecer que antes de traspasar la
puerta de entrada a la sala, cualquier aficionado al cine de verdad, tuviese
diez minutos de cortesía para visionar lo que no siempre merece la pena. Igual
algún día alguien decide defender una postura semejante y entonces no será
necesario ver en nosotros mismos al renacido que ha sido capaz de sobrevivir a un
bodrio como el que ayer me robó la tarde.
Jesús(defrijan)
No hay comentarios:
Publicar un comentario