Santander y Cabárceno(capítulo
II)
Ya instalados, ya dormidos, ya descansados, nos dispusimos a visitar la
capital. Su inacabable paseo con incesantes subidas y bajadas nos traía una
visión del mar tan diferente al Mediterráneo
que no pudo por menos que sorprendernos el nivel tan variable que las
mareas aportaban a las arenas. Estaba claro el acierto en la decisión de quienes
apartaban sus enseres de las inmediaciones del rompeolas para evitarse en ello
los efectos de las subidas y descensos de nivel. En plenos dominios de las
galernas, los timones de los navíos anclados al puerto hablaban de una
tradición salina en busca de horizontes a los que conquistar. Cada nudo
imposible de entrelazar por nuestras manos inexpertas guardaba historias de
luchas contra las olas y corrientes en ese pulso incesante entre el hombre y la
naturaleza. Y no lejos, la Magdalena palaciega reinando sobre el acantilado y
haciendo recuento de sus aventajados alumnos que cada verano la cumplen. Reemprendimos marcha hacia los montes cercanos
con el regusto que Marucho dejó en nuestros paladares y Cabárceno nos abrió sus cumbres a pocos
kilómetros. Allí, un arca bíblica abierta al cielo nos esperaba. Y nosotros,
invasores de intimidades salvajes, nos dispusimos a cruzar de parte a parte
aquel espacio en el que los animales campan a sus anchas, dentro de lo que
supone una libertad limitada. Todas las especies moraban al otro lado de la
valla o en el foso para ser visualizadas con una mezcla de admiración y
compasión. Hectáreas sobre hectáreas en las que un hábitat se ha convertido en
una copia fidedigna de aquella que los meridianos eligieron a miles de kilómetros
de donde estábamos. Subidas y bajadas trazadas para no perdernos en ese laberinto animal que tan
acostumbrado parecía a las visitas. No pocas retrospectivas fílmicas se sumaban
al paseo pese a las ausencias de porteadores de color obedientes. Allí, las
imágenes de antaño, cobraron vida y la sabana se empinaba a la espera del
Kilimanjaro nevado, a la búsqueda de las minas del rey Salomón o al
descubrimiento de los gorilas que, en esta ocasión, sorteaban a la niebla.
Quizás un paseo por el libro selvático nos trajo una halo de lástima ante los
epítetos que cada animal suele cargar sobre su lomo cuando el guion
prosopopéyico así lo solicita. Puede que ahí radicase la necesidad de
sumergirnos en las cavernas para seguir entendiendo unos orígenes que llevaron
al ser humano a evolucionar como tal. Sin duda alguna los restos pictóricos nos
esperaban aunque fuesen a modo de imitación para darnos una óptica diferente
con la que seguir descubriendo lo que Cantabria guardaba.
Jesús (defrijan)
No hay comentarios:
Publicar un comentario