lunes, 8 de febrero de 2016


Santander y Cabárceno(capítulo II)

 Ya instalados, ya dormidos, ya  descansados, nos dispusimos a visitar la capital. Su inacabable paseo con incesantes subidas y bajadas nos traía una visión del mar tan diferente al Mediterráneo  que no pudo por menos que sorprendernos el nivel tan variable que las mareas aportaban a las arenas. Estaba claro el acierto en la decisión de quienes apartaban sus enseres de las inmediaciones del rompeolas para evitarse en ello los efectos de las subidas y descensos de nivel. En plenos dominios de las galernas, los timones de los navíos anclados al puerto hablaban de una tradición salina en busca de horizontes a los que conquistar. Cada nudo imposible de entrelazar por nuestras manos inexpertas guardaba historias de luchas contra las olas y corrientes en ese pulso incesante entre el hombre y la naturaleza. Y no lejos, la Magdalena palaciega reinando sobre el acantilado y haciendo recuento de sus aventajados alumnos que cada verano la cumplen.  Reemprendimos marcha hacia los montes cercanos con el regusto que Marucho dejó en nuestros paladares y  Cabárceno nos abrió sus cumbres a pocos kilómetros. Allí, un arca bíblica abierta al cielo nos esperaba. Y nosotros, invasores de intimidades salvajes, nos dispusimos a cruzar de parte a parte aquel espacio en el que los animales campan a sus anchas, dentro de lo que supone una libertad limitada. Todas las especies moraban al otro lado de la valla o en el foso para ser visualizadas con una mezcla de admiración y compasión. Hectáreas sobre hectáreas en las que un hábitat se ha convertido en una copia fidedigna de aquella que los meridianos eligieron a miles de kilómetros de donde estábamos. Subidas y bajadas trazadas para no  perdernos en ese laberinto animal que tan acostumbrado parecía a las visitas. No pocas retrospectivas fílmicas se sumaban al paseo pese a las ausencias de porteadores de color obedientes. Allí, las imágenes de antaño, cobraron vida y la sabana se empinaba a la espera del Kilimanjaro nevado, a la búsqueda de las minas del rey Salomón o al descubrimiento de los gorilas que, en esta ocasión, sorteaban a la niebla. Quizás un paseo por el libro selvático nos trajo una halo de lástima ante los epítetos que cada animal suele cargar sobre su lomo cuando el guion   prosopopéyico así lo solicita. Puede que ahí radicase la necesidad de sumergirnos en las cavernas para seguir entendiendo unos orígenes que llevaron al ser humano a evolucionar como tal. Sin duda alguna los restos pictóricos nos esperaban aunque fuesen a modo de imitación para darnos una óptica diferente con la que seguir descubriendo lo que Cantabria guardaba.      

Jesús (defrijan)

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