martes, 7 de febrero de 2017

La Biblia


Efectivamente, la Biblia, el Libro de los Libros por excelencia, pasa a ocupar su hueco en esta sección. Y siguiendo el orden cronológico, empezaremos por el Génesis. Allí, en pleno Paraíso, una pareja colocada por Dios a modo y manera de porteros de la Gloria, cometen el error de querer saber más que nadie. Inducidos por la serpiente, ay, la malvada serpiente, la demoníaca serpiente, claudican ante la tentación y saborean la manzana que les delata. Es decir, que pudiendo haber elegido seguir con su gozo, la codicia les lleva a perderlo todo. Primera lección: el incorformismo y las ansias de conocimiento que desobedecen asumen las consecuencias a peor. Y a partir de ahí el sufrimiento en una penitencia eterna hasta que te llegue la muerte. Eso sí, durante esta travesía, a acreditar méritos suficientes como para no caer al averno y seguir purgando culpas de aquellos veganos predecesores. De modo que mientras llega ese momento echas mano de la primera parte y allí las luchas tribales desencadenan las mil y una batallas en las que la mano del Señor toma partido. Ni filisteos, ni fariseos, ni nadie que se les parezca, pueden con los seguidores de quien les ha prometido dos Alianzas de protección en un contrato indefinido. Pueblo errante que busca una Tierra Prometida y que acaba dando pie a tribus, que darán pie a dinastías reales, que darán pie a multiplicaciones de creyentes, que darán pie a un nuevo orden en el que dar pie a vivir del dogma. Y, llegado el momento, el sacrificio del Enviado como muestra de renovación del contrato hasta más ver. Entre ambas firmas, esclavitud del pueblo en Egipto, guerras intestinas contra los enemigos, exilios desérticos, seccionamiento de cabezas de profetas o generales  enemigos, destrucciones de templos a toque de cornetas, derribo de columnas de manos de un forzudo excalvo rapado por su consorte, y mil y una batallitas más con las que amenizar las tardes de ocio ante la llegada del aburrimiento. Cruces de mares cuyas aguas se abren a toque de invocación, elegidos que sobreviven a una travesía acuática en su más tierna infancia….todo, en resumen, encaminado a hacer digerible un testamento que más parece una novela de aventuras y del que disfrutamos como niños, más allá de la fe. Ya en la segunda parte, el tema se vuelve más árido y todo el ambiente de aventuras pasa a depender de un solo protagonista al que acaban culpando de revolucionario quienes temen perder sus puestos de privilegio. Reconozco que el atractivo de los milagros, de las parábolas, de los mandamientos o de las bienaventuranzas, carece de la épica que antes del  edicto de César Augusto tenían los capítulos o versículos. Aquí, como por arte de magia desaparecen la condición humana para bien o para mal y todo se encamina a dar sentido a la llegada del profeta que acaba proclamándose Hijo de Dios. Milagros aparte, la verdad, es que resulta menos atractivo como lectura. De modo que si alguien sigue echando de menos las pedradas de un pastor que derrota a un gigante, o el trueque de una primogenitura por un plato de lentejas, o las danzas de una sibilina Salomé, que opte por la primera de las partes. Lo demás, ya se encargaron los acólitos sucesores de darle sentido y muchas veces, sinceramente, suena aburrido. Por cierto, de qué clase sería la manzana es algo que todavía nadie ha sabido concretar. 

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