La Biblia
Efectivamente, la Biblia, el Libro de los Libros
por excelencia, pasa a ocupar su hueco en esta sección. Y siguiendo el orden
cronológico, empezaremos por el Génesis. Allí, en pleno Paraíso, una pareja
colocada por Dios a modo y manera de porteros de la Gloria, cometen el error de
querer saber más que nadie. Inducidos por la serpiente, ay, la malvada
serpiente, la demoníaca serpiente, claudican ante la tentación y saborean la
manzana que les delata. Es decir, que pudiendo haber elegido seguir con su
gozo, la codicia les lleva a perderlo todo. Primera lección: el incorformismo y
las ansias de conocimiento que desobedecen asumen las consecuencias a peor. Y a
partir de ahí el sufrimiento en una penitencia eterna hasta que te llegue la
muerte. Eso sí, durante esta travesía, a acreditar méritos suficientes como
para no caer al averno y seguir purgando culpas de aquellos veganos
predecesores. De modo que mientras llega ese momento echas mano de la primera
parte y allí las luchas tribales desencadenan las mil y una batallas en las que
la mano del Señor toma partido. Ni filisteos, ni fariseos, ni nadie que se les
parezca, pueden con los seguidores de quien les ha prometido dos Alianzas de
protección en un contrato indefinido. Pueblo errante que busca una Tierra
Prometida y que acaba dando pie a tribus, que darán pie a dinastías reales, que
darán pie a multiplicaciones de creyentes, que darán pie a un nuevo orden en el
que dar pie a vivir del dogma. Y, llegado el momento, el sacrificio del Enviado
como muestra de renovación del contrato hasta más ver. Entre ambas firmas,
esclavitud del pueblo en Egipto, guerras intestinas contra los enemigos,
exilios desérticos, seccionamiento de cabezas de profetas o generales enemigos, destrucciones de templos a toque de
cornetas, derribo de columnas de manos de un forzudo excalvo rapado por su
consorte, y mil y una batallitas más con las que amenizar las tardes de ocio
ante la llegada del aburrimiento. Cruces de mares cuyas aguas se abren a toque
de invocación, elegidos que sobreviven a una travesía acuática en su más tierna
infancia….todo, en resumen, encaminado a hacer digerible un testamento que más
parece una novela de aventuras y del que disfrutamos como niños, más allá de la
fe. Ya en la segunda parte, el tema se vuelve más árido y todo el ambiente de
aventuras pasa a depender de un solo protagonista al que acaban culpando de
revolucionario quienes temen perder sus puestos de privilegio. Reconozco que el
atractivo de los milagros, de las parábolas, de los mandamientos o de las
bienaventuranzas, carece de la épica que antes del edicto de César Augusto tenían los capítulos
o versículos. Aquí, como por arte de magia desaparecen la condición humana para
bien o para mal y todo se encamina a dar sentido a la llegada del profeta que
acaba proclamándose Hijo de Dios. Milagros aparte, la verdad, es que resulta
menos atractivo como lectura. De modo que si alguien sigue echando de menos las
pedradas de un pastor que derrota a un gigante, o el trueque de una
primogenitura por un plato de lentejas, o las danzas de una sibilina Salomé,
que opte por la primera de las partes. Lo demás, ya se encargaron los acólitos
sucesores de darle sentido y muchas veces, sinceramente, suena aburrido. Por
cierto, de qué clase sería la manzana es algo que todavía nadie ha sabido
concretar.
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