Justine
Solamente mencionar el título abre un abanico de
posibilidades a la imaginación de todo aquel que ha oído hablar de dicha
novela. Efectivamente es lo que se presume que es y más. Una novela de excesos
en la que los caminos de la virtud se asfaltan de los más abyectos guijarros
para dar cumplida cuenta de aquellos en su transitar por las páginas. Una mente
capaz de recrearse en los límites del placer que busca en ellos mismos la
renuncia a cualquier dictamen moral que no provenga de las leyes de la naturaleza.
Pareciera que la incesante rebelión hacia los designios de la divinidad va más
allá de la lujuria de la que se reviste a cada capítulo. Una bajada a los
infiernos desde los cuales comprobar el precio que supone cumplir con los
dogmatismos teocráticos que buscan equilibrios sensoriales quien sabe si para
sometimiento de sus súbditos o goces propios. Constantes reflexiones en los que
la filosofía libertina intenta poner en el haber el derecho y en el debe la penitencia. Y todo ello desde
un afilado acero contra aquellos que ostentan los púlpitos de la virtud
escondiendo sus maldades para beneficio propio. Ella, la inocente Thérèse,
convertida en una bola rodante a lo largo de los capítulos interrogándose sobre
el verdadero sentido de sus creencias que a cada paso son cuestionadas por los
crápulas que las destierran de sus conciencias. Ellos y ellas, abominables
seres, contrapuntos sobre los que trazar renglones de ignominias, dando fe de
una visión mundana hasta más allá de los límites. Por un momento vienen a tu
mente esas novelas posteriores en las que se camuflan bajo tonos rosas
psicologías enfermas y no puedes dejar de sonreír con una mueca como máscara.
Libertinos de altas cimas que necesitan autocensurarse con traumas no demasiado
claros vividos en sus previos para confesarse ante las ávidas almas y buscar reconciliaciones
grupales. ¡Ay de aquellos que sólo vean en esta novela lujuria sin frenos!
Seguirán pensando que un marqués decidió poner sobre la mesa todos los límites
sobrepasados y con ello se reconfortarán. Quizás si hurgan en la lectura
detenidamente verán que una vuelta al mundo clásico se plantea como renuncia a
planteamientos catecúmenos. ¡Quién sabe si
el ágora se quedó desprovista de librepensadores hace tanto que ya no
hay solución ni vuelta atrás! La lucha entre el bien y el mal sigue siempre los
designios de quienes son capaces de catalogarlos para así controlar y someter
voluntades que quizás nacieron sin bridas. Supongo que temiendo el repudio
general, el final de la obra es tan correcto como las buenas costumbres,
incluso hoy en día, lo exigen, premian y aplauden.
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