jueves, 23 de febrero de 2017

El fútbol
Diríase que como sustituto de ancestros combates medievales, el fútbol cumple sobradamente con su tarea. Se trata de que partidarios de ambos bandos, pertrechados con sus banderas, insignias, escarapelas y demás atributos, se manifiesten en cualquiera de los extremos del campo de batalla y esperen acontecimientos. Sabemos que será una batalla tan provisional como el mismo calendario de batallas decida para permitir una rápida recuperación al derrotado y un breve disfrute al vencedor. El circo debe continuar y no es plan de limitar el desarrollo de estas contiendas con paréntesis demasiado largos. De modo que cuando la ocasión así lo requiere y el ambiente general lo promueve, te decides. Y rememorando aquellos años en los que te soñabas pateador de éxito, te armas de esperanzas y acudes al coliseo a presenciar lo que consideras digno de tenerte como testigo. Atraviesas la ciudad sorteando los mil y un inconvenientes circulatorios y empiezas a sentirte uno más de los miles de más que han optado por tu misma decisión. Ríos de huestes hacia el campo donde se lidiará lo que por esta noche será fin y principio. Fin de penurias para quienes las penurias asolan diariamente y necesitan descargarlas en  el pozo ciego del vociferio masivo y principio de goces para quienes hacen del momento triunfante causa propia. Veintidós guerreros correrán, saltarán, gritarán. Miles de orlados seguidores saltarán, gritarán, juzgarán, improperiarán, biliarán y tendrán su recompensa, o no. Durante noventa minutos nada tendrá más  importancia. Nada que no sea ver colmado el deseo de triunfo para dar árnica a un estado ciclotímico a punto de manifestarse. Padres de familia pormenorizando en sus vástagos las declinaciones infinitas del insulto. Sesudos oficinistas dispuestos  a sobrevolar a modo de halcón el manto verde y dar caza a la presa vestida de negro. Rugientes entonando himnos con los que levantar pasiones como si aún se necesitaran. Y para colmo, auriculares en los pabellones auditivos para que te narren gargantas ajenas lo que tus ojos presencian. Una excelsa representación en la que siempre se debuta y se desconoce el epílogo. Lloros de alegría, rictus de tristezas, mentones alzados, frentes gachas, todo ello conviviendo en las proximidades una vez finalizado el encuentro. Solo resta por contemplar el incesante tintineo de los centros samaritanos próximos. Allí, los serpentines se unirán a la celebración y darán cumplida cuenta de los lúpulos que esperaban el momento. Sed de victoria en una sociedad demasiado acostumbrada a la derrota. Horas después, la posdata. Aquellos que se sintieron dueños del podio recibirán su dosis de parabienes en las impresas letras que bogan a favor de titulares. Aquellos que se sintieron derrotados leerán entre líneas las causas que así lo propiciaron y descubrirán entre dichas líneas a los culpables, obviamente, ajenos a sus colores. Nadie será derrotado. El vencedor por serlo y el no vencedor por situarse a la espera de la revancha. Pocas jornadas de pausa y se la servirá de nuevo este circo tan maravilloso como incomprensible llamado fútbol. Un cúmulo de batallas que jamás termina en guerra. Una interrogante no resuelta para todo aquel que jamás ha sentido el orgasmo que supone marcar un gol y que todos te tomen por su héroe, aunque sea de modo transitoriamente escueto.  

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