El fútbol
Diríase que como sustituto de ancestros combates
medievales, el fútbol cumple sobradamente con su tarea. Se trata de que
partidarios de ambos bandos, pertrechados con sus banderas, insignias,
escarapelas y demás atributos, se manifiesten en cualquiera de los extremos del
campo de batalla y esperen acontecimientos. Sabemos que será una batalla tan
provisional como el mismo calendario de batallas decida para permitir una rápida
recuperación al derrotado y un breve disfrute al vencedor. El circo debe
continuar y no es plan de limitar el desarrollo de estas contiendas con paréntesis
demasiado largos. De modo que cuando la ocasión así lo requiere y el ambiente
general lo promueve, te decides. Y rememorando aquellos años en los que te
soñabas pateador de éxito, te armas de esperanzas y acudes al coliseo a
presenciar lo que consideras digno de tenerte como testigo. Atraviesas la
ciudad sorteando los mil y un inconvenientes circulatorios y empiezas a
sentirte uno más de los miles de más que han optado por tu misma decisión. Ríos
de huestes hacia el campo donde se lidiará lo que por esta noche será fin y
principio. Fin de penurias para quienes las penurias asolan diariamente y
necesitan descargarlas en el pozo ciego
del vociferio masivo y principio de goces para quienes hacen del momento
triunfante causa propia. Veintidós guerreros correrán, saltarán, gritarán. Miles
de orlados seguidores saltarán, gritarán, juzgarán, improperiarán, biliarán y
tendrán su recompensa, o no. Durante noventa minutos nada tendrá más importancia. Nada que no sea ver colmado el
deseo de triunfo para dar árnica a un estado ciclotímico a punto de
manifestarse. Padres de familia pormenorizando en sus vástagos las
declinaciones infinitas del insulto. Sesudos oficinistas dispuestos a sobrevolar a modo de halcón el manto verde y
dar caza a la presa vestida de negro. Rugientes entonando himnos con los que
levantar pasiones como si aún se necesitaran. Y para colmo, auriculares en los
pabellones auditivos para que te narren gargantas ajenas lo que tus ojos
presencian. Una excelsa representación en la que siempre se debuta y se
desconoce el epílogo. Lloros de alegría, rictus de tristezas, mentones alzados,
frentes gachas, todo ello conviviendo en las proximidades una vez finalizado el
encuentro. Solo resta por contemplar el incesante tintineo de los centros
samaritanos próximos. Allí, los serpentines se unirán a la celebración y darán
cumplida cuenta de los lúpulos que esperaban el momento. Sed de victoria en una
sociedad demasiado acostumbrada a la derrota. Horas después, la posdata.
Aquellos que se sintieron dueños del podio recibirán su dosis de parabienes en
las impresas letras que bogan a favor de titulares. Aquellos que se sintieron
derrotados leerán entre líneas las causas que así lo propiciaron y descubrirán
entre dichas líneas a los culpables, obviamente, ajenos a sus colores. Nadie
será derrotado. El vencedor por serlo y el no vencedor por situarse a la espera
de la revancha. Pocas jornadas de pausa y se la servirá de nuevo este circo tan
maravilloso como incomprensible llamado fútbol. Un cúmulo de batallas que jamás
termina en guerra. Una interrogante no resuelta para todo aquel que jamás ha
sentido el orgasmo que supone marcar un gol y que todos te tomen por su héroe,
aunque sea de modo transitoriamente escueto.
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