viernes, 17 de febrero de 2017


Brújulas que buscan sonrisas perdidas



Pues eso, que el título me llamó la atención y no pude resistirme a leerlo. Y mira que me lo avisaron, y mira que me lo temía y mira que no hice caso. El tema está en que alguien en una edad en la que se empiezan a restar años a la misma velocidad que se suman traumas, decide contar sus vivencias pasadas, presentes y casi futuras. Eso sí, con un trasfondo de penurias enmarcadas en accidentes mortales, cánceres inmisericordes, alzéimeres incontrolables y constantes vistas atrás buscando explicaciones que resultan tan increíbles como vacías. Así que por más que he seguido la máxima de no terminar un libro si en sus primeras páginas no te cautiva, insistí en mi error, y en el error viví hasta más allá de la finalización. Puro masoquismo por no llamarlo de otro modo. No se puede tener más mala suerte y ser capaz de sobrevivir a tantas desgracias como el protagonista acumula línea a línea. Ni siquiera resulta gracioso el hecho mismo de compadecer al anciano padre al que se rechaza por más que intente parecer que somos parte del péplum de su insospechado nuevo film. Ni la pérdida de unos anillos viene a cuento ni el agua del lago da para más ni hay nada que merezca la pena ser leído. Y por si todo lo anterior sonase a escaso, he de confesar que abundan, vaya si abundan, hasta la extenuación abundan, los puntos suspensivos. Como si pinzas de un tendedero sin ropa a las que nadie ha querido recoger, allí están. Golondrineando sobre el papel esperando encontrar sentido a sus propio sinsentido. Y dicho todo esto, creo que el único culpable, he sido yo. Sí, yo, y nadie más que yo, por varios motivos. Primero por no estar en edad de dilapidar mis menguantes dioptrías de modo tan irracional como este que me llevó a leer semejante panfleto infumable. Segundo por intentar ver Literatura donde solamente existe juntaletras. Tercero por empecinarme en localizar algo salvable de este naufragio impreso. Cuarto por mimetizarme en la piel del editor que tuvo un listón de calidad tan gris como , imagino, rentable. Quinto por creer que cualquiera es capaz de despertar emociones tras parapetarse ante un teclado y comenzar a yemear palabras. Lo dicho, si tú, querido lectora, amiga lectora, tienes la posibilidad de cruzarte con semejantes burbujas, haz lo que creas conveniente si ves perdidas tus sonrisas. Avisado quedas y de nada servirá que después de reincidir en el error intentes disculparte ante ti mismo con aquel “no está mal” que califica por sí sólo a la mediocridad. Regresemos a la Literatura cuanto antes como antídoto sanador.

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