viernes, 10 de febrero de 2017


Veinte mil leguas de viaje submarino

Mil y una formas de dar salida a un espíritu aventurero nacieron de la pluma de Julio Verne. Y entre todas ellas quizás esta novela reúna todos los aditivos que supone adentrarse en la fantasía que empareja viajes y lecturas. Aparecer inmerso, nunca mejor dicho, como invitado de honor en un submarino capitaneado por un atormentado Nemo que renunció al mundo exterior, y dejarse llevar por toda una aventura que recorre los cinco continentes, es y sigue siendo un  auténtico placer. A la primigenia acción defensiva que el Nautilus lleva a cabo ante un buque que pretende capturarlo confundiéndolo con una especie monstruosa, se le van agregando jornadas de subsistencia submarina en la que los rehenes empiezan a dudar de su desgraciado sino de cautivos y comienzan a descubrir un mundo que ni siquiera imaginaban. Hasta el arponero Ned Land acaba dando por bueno el encierro más allá de las apetencias científicas del profesor Aronaax y de su fiel Conseil. Sucesivas escalas en las que bajo la excusa de repostar víveres nos llevan de uno a otro confín de mano de las hélices propulsadas por energías marinas precursoras de las que no tardarán en llegar a sernos familiares. Nada se deja al azar y las escafandras de los buzos dan fe de ello cuando deciden poner pie a tierra y dejar sus huellas sobre fondos marinos en busca de nuevas grutas que siguen desconocidas. Otros mundos, otros sentires, otro modo de entender la vida más allá de los convencionalismos superficiales de una sociedad aferrada a unos hábitos rígidos. Un precursor de Cousteau que décadas después acabaría poniendo sobre el tapete la realidad imaginativa de Verne. Y no dejas de compartir el dolor que ha llevado al hierático capitán a sumirse en esta soledad silenciosa de los abismos marinos. Un dolor nacido del desengaño provocado por la muerte de seres queridos que tantas soledades desencadena y que tantos interrogantes deja en el aire. Una novela, en definitiva, mezcla de muchas novelas en las que el neófito amante de la literatura descubre por fin el camino hacia el goce de la imaginación. No serán necesarias más escalas, lejos de las pautas o los márgenes de este viaje llamado lectura. No serán necesarias nuevas recaladas en puertos francos alejados de las letras. No será necesaria una nueva ruta hacia el aliento del alma porque ya hemos surcado los mares y nos hemos dejado guiar por la rosa de los vientos en una travesía sin retorno. Una vez más, de la mano de Verne, la magia se hizo, se sigue haciendo y se hará, eternamente presente.   

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