jueves, 16 de febrero de 2017


Pues  no acabo de verme injubilado

No, no consigo verme más allá de los años neurológicamente aceptados como posible trabajador atlante de una sociedad futura de ancianos laborantes. No, la verdad es que no me veo. Y no es porque me desagrade o moleste ejercer de lo que ejerzo. Es un privilegio repetir año a año, curso a curso, con el mismo intervalo de edades y de ellas sacar puestas al día  impensables por mí mismo. No, no consigo verme, y mira que lo intento. Pero la mente se me evade al paseo vespertino que me lleve a rebajar la escasa  cafeína del descafeinado de turno. Me veo transitando a paso más lento que vivo entre los jardines esquivando a corredores, ciclistas, perros, patinadores y demás tribus que quieren compartir espacios. Me veo leyendo los titulares de la prensa digital tras unos cristales de no sé cuántas dioptrías para seguir al día de lo que nunca cambia, y si lo hace, a peor. Me veo, a duras penas, intentando comprender el funcionamiento del último móvil que la permanencia de costumbre me ha hecho renovar cuando ya tenía controlado al anterior modelo. Me veo, sigue siendo un decir, intentando dar una patada a un balón perdido y jugándome la vida en un posible traspié. Me veo, a la puerta de un colegio, comprobando cómo los renovadores de generaciones pasadas han cambiado de hábitos para seguir consumiendo hábitos. Me veo pasando de todo y haciendo de mi capa un sayo porque nada es punible en una mente a la que se le supone pérdida de lucidez. Volviendo a fumar, pasando de tomarme la tensión, vistiendo como me da la gana (bueno, eso ya lo hago), y quién sabe si tatuándome algún verso que deje constancia de mi locura sensata. Me veo aprendiendo de una santa vez el paso country que tanto se me resiste en las coreografías veraniegas. Quizás incluso aprendiendo a tocar el saxofón, o cambiando a Lucía por otra, o escribiendo soliloquios como desahogos diarios; yo qué sé. Pero de lo que no me veo, pero vamos, en absoluto, es  de becario setentón en una sociedad que algunos cretinos deciden hacer funcionar alargando una vida laboral suficientemente amortizada. Más que nada para no sentir vergüenza ajena cuando me miren aquellos que estaban destinados a relevarnos y las decisiones de unos legisladores ajenos a la normalidad se lo han impedido.   Así que, si me veis por ahí con aspecto raro, fumado como un poseso, pateando como un “pelusa sobrio”, pensad que si no me he jubilado, mis méritos están a punto de salir en mi defensa para ser retirado de la circulación. De momento, voy a buscar un sobrero vaquero y frente al espejo ensayaré los pasos para ver si de una vez consigo no pisar a nadie cuando vuelva a sonar la melodía. Lo del tatuaje, no es que me pille mayor, que también, es que el lema que he elegido me llevaría directamente a presidio y no es plan.

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