Pues no acabo de verme
injubilado
No, no consigo verme más allá de los años neurológicamente
aceptados como posible trabajador atlante de una sociedad futura de ancianos
laborantes. No, la verdad es que no me veo. Y no es porque me desagrade o
moleste ejercer de lo que ejerzo. Es un privilegio repetir año a año, curso a
curso, con el mismo intervalo de edades y de ellas sacar puestas al día impensables por mí mismo. No, no consigo
verme, y mira que lo intento. Pero la mente se me evade al paseo vespertino que
me lleve a rebajar la escasa cafeína del
descafeinado de turno. Me veo transitando a paso más lento que vivo entre los
jardines esquivando a corredores, ciclistas, perros, patinadores y demás tribus
que quieren compartir espacios. Me veo leyendo los titulares de la prensa
digital tras unos cristales de no sé cuántas dioptrías para seguir al día de lo
que nunca cambia, y si lo hace, a peor. Me veo, a duras penas, intentando
comprender el funcionamiento del último móvil que la permanencia de costumbre
me ha hecho renovar cuando ya tenía controlado al anterior modelo. Me veo,
sigue siendo un decir, intentando dar una patada a un balón perdido y jugándome
la vida en un posible traspié. Me veo, a la puerta de un colegio, comprobando
cómo los renovadores de generaciones pasadas han cambiado de hábitos para
seguir consumiendo hábitos. Me veo pasando de todo y haciendo de mi capa un
sayo porque nada es punible en una mente a la que se le supone pérdida de
lucidez. Volviendo a fumar, pasando de tomarme la tensión, vistiendo como me da
la gana (bueno, eso ya lo hago), y quién sabe si tatuándome algún verso que
deje constancia de mi locura sensata. Me veo aprendiendo de una santa vez el
paso country que tanto se me resiste en las coreografías veraniegas. Quizás
incluso aprendiendo a tocar el saxofón, o cambiando a Lucía por otra, o
escribiendo soliloquios como desahogos diarios; yo qué sé. Pero de lo que no me
veo, pero vamos, en absoluto, es de
becario setentón en una sociedad que algunos cretinos deciden hacer funcionar
alargando una vida laboral suficientemente amortizada. Más que nada para no
sentir vergüenza ajena cuando me miren aquellos que estaban destinados a
relevarnos y las decisiones de unos legisladores ajenos a la normalidad se lo
han impedido. Así que, si me veis por ahí con aspecto raro,
fumado como un poseso, pateando como un “pelusa sobrio”, pensad que si no me he
jubilado, mis méritos están a punto de salir en mi defensa para ser retirado de
la circulación. De momento, voy a buscar un sobrero vaquero y frente al espejo
ensayaré los pasos para ver si de una vez consigo no pisar a nadie cuando
vuelva a sonar la melodía. Lo del tatuaje, no es que me pille mayor, que
también, es que el lema que he elegido me llevaría directamente a presidio y no
es plan.
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