El túnel
Suele parecer extraño que una novela desvele su
final en las primeras líneas. Este es el caso de “El túnel”. Nada más comenzar,
el protagonista se confiesa autor de un asesinato y a partir de ahí una
incesante retrospectiva te envía a desentrañar los motivos que le indujeron a
cometerlo. Una mente perturbada desde la soledad que le envuelve de
incomprensiones que necesita desahogarse con la mínima esperanza de que alguien
lo comprenda. Parece como si desde el arrepentimiento se respondiese a sí mismo
y considerase que quien únicamente lo entendió fue precisamente su víctima. Un
ser atormentado que se parapeta tras su atril de pintor para huir de una
soledad que se empeña en servirle de túnica. Un simple comentario casual de una
casual presencia femenina que le lleva a imaginarla como su compañera ideal y
de la que poco a poco va descubriendo los entresijos de su pasado no común en
las sucesivas citas que se prestan el uno a la otra y viceversa. Y pese a todo
ello, la insistente desconfianza del protagonista hacia ella que percibe que lo
quiere de un modo menos intenso. Todo abocado a un cúmulo de reproches y huidas
que parecen dar vueltas en un incesante tiovivo de pasiones no correspondidas
de igual modo. Una carta de despecho que se remite y que inmediatamente es
imposible de frenar en su avance hacia la destinataria que va dando pie a un
desenlace previsible e intenso. Y aún así conmovedor desde el momento en el que
él amenaza con un suicidio buscando una compasión que no le llega. Búsquedas de
cuerpos similares sobre los que redimir su dolor seguidos de las mismas
frustraciones que dan como resultado el asesinato ya mencionado. Y una vez
acabada la pregunta colgada en el aire queda tendida los cuatro vientos. Nada duele más a quien no
acepta la no reciprocidad que el sentirse rechazado. Mentes atormentadas por
respuestas que no llegan y que acaban formando en su psique un puzle imposible
de resolver. Realmente quien empuña el arma no es dueño de sus actos porque sus
actos pasaron hace tiempo a ser dirigidos por su ilusión irreal. La pintura,
como metáfora de vida, es usada para esconder tras sus trazos la verdadera
personalidad de un ser que reclama el afecto que no se corresponde con el que
está dispuesto a entregar. Túnel oscuro cuya salida se niega a sí mismo porque
realmente aquello que teme se llama soledad. Aquellos que tengáis el ánimo
decaído por las circunstancias que sean, no lo leáis; posiblemente el consuelo
que toda lectura proporciona al acabar la historia, esta vez, supure dolor y no
sea tan reconfortante como suelen ser las letras inmortales. Mejor buscad en
los anaqueles otros títulos y este dejadlo
para otra ocasión. Sábato no lo escribió para débiles y resultaría
provocador retar al autor.
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