miércoles, 8 de febrero de 2017



El túnel



Suele parecer extraño que una novela desvele su final en las primeras líneas. Este es el caso de “El túnel”. Nada más comenzar, el protagonista se confiesa autor de un asesinato y a partir de ahí una incesante retrospectiva te envía a desentrañar los motivos que le indujeron a cometerlo. Una mente perturbada desde la soledad que le envuelve de incomprensiones que necesita desahogarse con la mínima esperanza de que alguien lo comprenda. Parece como si desde el arrepentimiento se respondiese a sí mismo y considerase que quien únicamente lo entendió fue precisamente su víctima. Un ser atormentado que se parapeta tras su atril de pintor para huir de una soledad que se empeña en servirle de túnica. Un simple comentario casual de una casual presencia femenina que le lleva a imaginarla como su compañera ideal y de la que poco a poco va descubriendo los entresijos de su pasado no común en las sucesivas citas que se prestan el uno a la otra y viceversa. Y pese a todo ello, la insistente desconfianza del protagonista hacia ella que percibe que lo quiere de un modo menos intenso. Todo abocado a un cúmulo de reproches y huidas que parecen dar vueltas en un incesante tiovivo de pasiones no correspondidas de igual modo. Una carta de despecho que se remite y que inmediatamente es imposible de frenar en su avance hacia la destinataria que va dando pie a un desenlace previsible e intenso. Y aún así conmovedor desde el momento en el que él amenaza con un suicidio buscando una compasión que no le llega. Búsquedas de cuerpos similares sobre los que redimir su dolor seguidos de las mismas frustraciones que dan como resultado el asesinato ya mencionado. Y una vez acabada la pregunta colgada en el aire queda tendida  los cuatro vientos. Nada duele más a quien no acepta la no reciprocidad que el sentirse rechazado. Mentes atormentadas por respuestas que no llegan y que acaban formando en su psique un puzle imposible de resolver. Realmente quien empuña el arma no es dueño de sus actos porque sus actos pasaron hace tiempo a ser dirigidos por su ilusión irreal. La pintura, como metáfora de vida, es usada para esconder tras sus trazos la verdadera personalidad de un ser que reclama el afecto que no se corresponde con el que está dispuesto a entregar. Túnel oscuro cuya salida se niega a sí mismo porque realmente aquello que teme se llama soledad. Aquellos que tengáis el ánimo decaído por las circunstancias que sean, no lo leáis; posiblemente el consuelo que toda lectura proporciona al acabar la historia, esta vez, supure dolor y no sea tan reconfortante como suelen ser las letras inmortales. Mejor buscad en los anaqueles otros títulos y este dejadlo  para otra ocasión. Sábato no lo escribió para débiles y resultaría provocador retar al autor.  

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