viernes, 3 de febrero de 2017

Enguídanos, mi sendero de versos


El día amaneció como de costumbre entre los brazos de las escarchas que desde los Tornajos daban paso a la luz diluyente de las cuestas. Como todos los Febreros, San Blas esperaba el turno de su celebración y anticipándonos a la fiesta, lo vi nacer. Había sido gestado desde la gratitud que merece la cuna que te ha aportado tantas vivencias que el único esfuerzo radicó en conseguir equilibrar las emociones para hacerlas partícipes. Fueron meses en los que la vista de los ayeres salieron al encuentro de quien necesitaba exponer la alegría que suponía el reconocimiento a la aportación callada de rincones, calles, cuestas. Ellos fueron esculpiendo con cinceles de versos el sendero que la memoria precisa `para no dejar hueco al olvido. Un olvido imposible para quienes lo hemos y seguimos viviendo en un constante ir y regresar. Un olvido a evitar en quienes no han tenido la posibilidad de entender la grandeza de pertenecerle. Así, en veintiocho escalones, en veintiocho etapas de un paseo de sueños, el sendero fue trazado y sacado a la luz. Pronto despareció la inquietud del primerizo que me vestía de dudas y los versos fluyeron. Allí los presentes, allí los ausentes, allí los recordados, allí los no olvidados, fueron desfilando desde el portal de la evocación. Fuera, el frío de la noche se fue asomando a los cristales para hacerse presente. Las sombras cubrieron los perfiles de los montes y el agua susurró complacencias. Las volutas ascendieron en columnas caprichosas buscando el infinito mientras las luminarias celestes parpadearon a su antojo. Quise adivinar guiños de complicidad desde los silencios y abierta la noche tuve la constatación de haber pagado parte de la deuda que le debía. Por eso, cada vez que lo sigo recorriendo, cada vez que sigo con la vista los rincones que nos crecieron, cada vez que veo los postigos abiertos, sonrío y me digo que valió la pena. El escenario de sueños nació para en él representar la más hermosa de las obras: nuestra propia razón de ser. De ahí que cada tres de Febrero, cada vez que la tarde se aproxima, vuelvo a extender sobre mi memoria el “Sendero de Versos” que lleva por nombre Enguídanos y os aseguro que lo recorro feliz nuevamente para agradecerle cuanto le debo. Aquella tarde de Febrero, aquella luz que se resistía a alejarse, dio vida a los renglones y con ellos se tendieron hacia el Infinito todas las sensaciones que solamente son capaces de comprender aquellos que las hacen suyas y las comparten. ¡Quién sabe si la fecha fue elegida por el destino y la advocación de aquel que cuida de las gargantas actuó en consecuencia! Lo auténtico quedó plasmado, y de eso se trataba, como pago gratificante a la cuna que nos vio nacer. 

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