lunes, 20 de febrero de 2017

Supongamos, es un suponer


Supongamos que cualquiera de nosotros  fuésemos lo suficientemente hábiles para manejarnos entre las altas finanzas. Supongamos que en base a ello nuestro patrimonio se incrementase de un modo altamente envidiable. Supongamos que gracias a nuestra buena presencia, a la notoriedad de nuestro enlace matrimonial y al pavoneo rosa que de nosotros vive, cayésemos bien y todo lo que se nos remitiera fuesen sonrisas de admiración y respeto. Supongamos que en base a todo ello, las ínfulas impropias nos llevasen a considerarnos merecedor de un habitáculo acorde a mi categoría en la mejor zona de la mejor zona de las mejores zonas. Supongamos que decidiéramos no poner límites a la codicia y llegásemos a pensar que nuestra dignidad se merece lo que se nos va proporcionando. Supongamos que  a modo de confianza total en nuestro cónyuge, le hiciésemos firmar unos farragosos documentos a los que pondría rúbrica sin preguntar ni qué eran ni para qué servían. Y que como pago a todo ello  obtuviésemos unos pingües beneficios de los que no dar cuenta al cierre anual como cualquier contribuyente.  Sigamos suponiendo que al ser descubiertos en nuestros chanchullos buscásemos culpables en nuestros socios y cercanos con tal de eludir las responsabilidades penales. Sigamos suponiendo que en pago a favores manifiestos u ocultos los más insignes legisladores saliesen en defensa de lo indefendible para conseguir con ellos minimizar las penas. Supongamos, y  ya empiezan a ser demasiadas suposiciones, que entre montañas y montañas de folios sentenciadores, el tema se fuese diluyendo buscando resquicios, defectos de forma, o las mil y unas variaciones exculpatorias. Suponiendo todo lo anterior, ¿qué nos quedaría? Nos quedaría un cúmulo de  motivos para responder con contundencia. Nos quedaría a sensación de ser peones de un tablero a los que se ningunea, sacrifica o menosprecia sin ningún rubor. Nos quedaría el sabor a bilis que asciende desde la conciencia hacia los labios para protestar y comprobar que todo sigue siendo igual o a lo peor, a peor. La mujer del césar ha de serlo y parecerlo; y con ella, el césar, la cohorte del césar, los cercanos al césar, los precursores del césar. Pero qué se puede esperar de un país que ríe las gracias a los escarceos  talámicos, safáricos y de cualquier otro tipo del jerarca. Qué se puede esperar de un país que ríe las gracias de un querubín que patea en mitad de la misa nupcial a una de sus acompañantes. Qué se puede esperar de un país que da por sentado que todo seguirá igual como de costumbre. Qué se puede esperar de un país de corifeos y pelotas que hacen todo lo posible por no mover lo que consideran inamovible. Debería esperarse justicia, pero eso, sería esperar demasiado. Dicen que el desconocimiento de la ley no nos exime de su cumplimiento; me da la sensación de según qué casos y según quiénes. Aunque  indudablemente, supongo que vuelve a ser otra suposición de alguien que supone indebidamente.

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