Supongamos, es un suponer
Supongamos que cualquiera de nosotros fuésemos lo suficientemente hábiles para
manejarnos entre las altas finanzas. Supongamos que en base a ello nuestro
patrimonio se incrementase de un modo altamente envidiable. Supongamos que
gracias a nuestra buena presencia, a la notoriedad de nuestro enlace
matrimonial y al pavoneo rosa que de nosotros vive, cayésemos bien y todo lo
que se nos remitiera fuesen sonrisas de admiración y respeto. Supongamos que en
base a todo ello, las ínfulas impropias nos llevasen a considerarnos merecedor
de un habitáculo acorde a mi categoría en la mejor zona de la mejor zona de las
mejores zonas. Supongamos que decidiéramos no poner límites a la codicia y
llegásemos a pensar que nuestra dignidad se merece lo que se nos va
proporcionando. Supongamos que a modo de
confianza total en nuestro cónyuge, le hiciésemos firmar unos farragosos
documentos a los que pondría rúbrica sin preguntar ni qué eran ni para qué
servían. Y que como pago a todo ello obtuviésemos unos pingües beneficios de los
que no dar cuenta al cierre anual como cualquier contribuyente. Sigamos suponiendo que al ser descubiertos en
nuestros chanchullos buscásemos culpables en nuestros socios y cercanos con tal
de eludir las responsabilidades penales. Sigamos suponiendo que en pago a
favores manifiestos u ocultos los más insignes legisladores saliesen en defensa
de lo indefendible para conseguir con ellos minimizar las penas. Supongamos, y ya empiezan a ser demasiadas suposiciones, que
entre montañas y montañas de folios sentenciadores, el tema se fuese diluyendo
buscando resquicios, defectos de forma, o las mil y unas variaciones
exculpatorias. Suponiendo todo lo anterior, ¿qué nos quedaría? Nos quedaría un
cúmulo de motivos para responder con
contundencia. Nos quedaría a sensación de ser peones de un tablero a los que se
ningunea, sacrifica o menosprecia sin ningún rubor. Nos quedaría el sabor a
bilis que asciende desde la conciencia hacia los labios para protestar y
comprobar que todo sigue siendo igual o a lo peor, a peor. La mujer del césar
ha de serlo y parecerlo; y con ella, el césar, la cohorte del césar, los cercanos
al césar, los precursores del césar. Pero qué se puede esperar de un país que
ríe las gracias a los escarceos talámicos,
safáricos y de cualquier otro tipo del jerarca. Qué se puede esperar de un país
que ríe las gracias de un querubín que patea en mitad de la misa nupcial a una
de sus acompañantes. Qué se puede esperar de un país que da por sentado que todo
seguirá igual como de costumbre. Qué se puede esperar de un país de corifeos y
pelotas que hacen todo lo posible por no mover lo que consideran inamovible.
Debería esperarse justicia, pero eso, sería esperar demasiado. Dicen que el
desconocimiento de la ley no nos exime de su cumplimiento; me da la sensación
de según qué casos y según quiénes. Aunque indudablemente, supongo que vuelve a ser otra
suposición de alguien que supone indebidamente.
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