El balcón en invierno
La playa, el ambiente festivo, los chiringuitos.
Todo apuntaba al relax y a la lectura simple de las revistas simples que
husmean entre las vísceras del famoseo. Por eso me sorprendió ver camuflada a
modo de rehén a esta novela de Luis Landero en la que ya la portada aporta unas
pistas de lo que contiene. Ni más ni menos que una historia tan cercana y común
a todos aquellos que tuvimos que dejar nuestras cunas en busca del ansiado
progreso en la ciudad. Una familia extremeña, que podría haber sido conquense,
decide soltar amarras de una nave que la tiene anclada al pueblo en busca de un
futuro esperanzador para los hijos. Y a lo largo de la trama, a modo de
confesión y redención con su pasado, el autor se encarga de llevarnos y
traernos por las sendas de la nostalgia a unos años precarios y sin embargo
añorados. No, no me fue difícil poner cara a los personajes porque tantos como
aparecen entre sus líneas siguen viviendo entre los muros del recuerdo personal.
Un regusto amargo a despedida continua sabiendo que el destino buscado y
alcanzado no siempre se ofrece como recompensa merecedora de tal sacrificio.
Por un momento me regresó la imagen de un amigo que este verano, como
escondido, daba presencia a las calles que tantas veces recorriera de niño. Nos
saludamos, nos abrazamos y me dijo “no conozco a nadie”. Horas después había
desaparecido y dudo mucho que vuelva a pasar por ese mismo trance en futuros
calendarios. El desarraigo que la novela destila se hizo presente de un modo
cruel y te lleva a la certeza de reconocerte como extraño entre quienes no
debieran serlo. Landero ejecuta un interminable tirabuzón entre sus vivencias
añoradas y su situación de triunfo amargo al que la vida le ha llevado. Un
desenterrar al padre para intentar comprender los sueños que para sus hijos
tuviera. Un retrato en sepia de una madre abnegada que sabía de su misión y así
la ejecutaba. Unos personajes cargados con los guiones de vida que no acabaron
de protagonizar. Un grito desgarrado hacia los orígenes sublimados a pesar de
las carencias. Una obra imprescindible pata todos aquellos que hemos hecho de
nuestra vida un boceto de dos hemisferios sabiendo que uno es el racional y el
otro el deseado. Quizá cuando alguno deguste esta obra entienda el porqué de mi
renuncia a abandonar Enguídanos concluyendo el día; resulta demasiado doloroso
saber que te vas a la par que la noche se cierne sobre el horizonte. Lectura
recomendada, sobre todo, para quienes hemos pasado por esas mismas vicisitudes
y para quienes no tienen claro el sentido de la añoranza.
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