miércoles, 6 de septiembre de 2017


Miedo a las urnas



Las cartas se han ido distribuyendo sobre un tapete rojo y amarillo. Unas veces cuatribarrado y otras veces tricolor, pero distribuidas al fin y al cabo. Una de las partes aduce que las normas son las que son y soterradamente advierte de su escrupuloso cumplimiento mientras el mazo de la baraja exhibe su lomo repujado de arabescos rojos. La otra de las partes alega que las normas deben actualizarse y por lo tanto dar paso a quienes quieren participar de dicha timba. Falta por averiguar a cuánto asciende la apuesta. O si será una apuesta en blanco como si de una partida de “subastao” se manifestase a la hora de la sobremesa. Aquella rescata hacia la actualidad a la Carta Magna como abanderada de una convivencia entrada en años y para muchos acorde con un pensamiento mayoritario. Esta acumula cuatro dedos como señal de identidad ante quienes no considera merecedores de imponerles nada. La partida se ha ido desarrollando en sus previos a base de órdagos que unos consideran inadmisibles y otros inamovibles. De modo que a falta de unas semanas las casas de apuestas pueden ir lanzando anzuelos y dejando correr sedales para que el común de los mortales se arriesgue y apueste. Como gallos de pelea o púgiles televisivos, muestran músculo a la espera del día D o de los innumerables días D que nos esperan. Y el caso es que da la sensación de que ambas partes tienen razón si analizamos sus argumentos.  A más de uno de nosotros nos regresará aquella anécdota en la que la amenaza de huir del hogar paterno, por cualquier motivo que no recordamos, se saldó con un regreso a la hora de la cena en busca de la seguridad que dicho hogar nos proporcionaba. Las aventuras están para ser surcadas y suele ser la adolescencia la edad adecuada para intentar vivir utopías. Si quieren votar, pues que se les permita votar, y punto. En definitiva lo ha decidió una asamblea elegida en unas votaciones por el pueblo soberano y a ellos se deben. Si manipulan a su favor los resultados posteriores, eso sería otra cuestión a tratar, si es que merece la pena tratar algo tan básico como la libertad de elección. Todo lo demás, mandangas y ganas de marear ¿Quién no ha pasado por esa tesitura de elegir y en contra de opiniones cercanas tiró adelante? Equivocarse es de sabios por más que digan que de sabios es rectificar. Visto como ajustan sus yemas a los naipes lo mejor será permanecer atentos a la baza definitiva como si Paul Auster estuviese diseñando la continuación de su “Música del azar”. Seguro que nos sorprende más delo que nos imaginamos. Hagan juego, señores.

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