Miedo a las urnas
Las cartas se han ido distribuyendo sobre un tapete rojo y amarillo. Unas
veces cuatribarrado y otras veces tricolor, pero distribuidas al fin y al cabo.
Una de las partes aduce que las normas son las que son y soterradamente
advierte de su escrupuloso cumplimiento mientras el mazo de la baraja exhibe su
lomo repujado de arabescos rojos. La otra de las partes alega que las normas
deben actualizarse y por lo tanto dar paso a quienes quieren participar de
dicha timba. Falta por averiguar a cuánto asciende la apuesta. O si será una
apuesta en blanco como si de una partida de “subastao” se manifestase a la hora
de la sobremesa. Aquella rescata hacia la actualidad a la Carta Magna como
abanderada de una convivencia entrada en años y para muchos acorde con un
pensamiento mayoritario. Esta acumula cuatro dedos como señal de identidad ante
quienes no considera merecedores de imponerles nada. La partida se ha ido
desarrollando en sus previos a base de órdagos que unos consideran inadmisibles
y otros inamovibles. De modo que a falta de unas semanas las casas de apuestas
pueden ir lanzando anzuelos y dejando correr sedales para que el común de los mortales
se arriesgue y apueste. Como gallos de pelea o púgiles televisivos, muestran
músculo a la espera del día D o de los innumerables días D que nos esperan. Y
el caso es que da la sensación de que ambas partes tienen razón si analizamos
sus argumentos. A más de uno de nosotros
nos regresará aquella anécdota en la que la amenaza de huir del hogar paterno,
por cualquier motivo que no recordamos, se saldó con un regreso a la hora de la
cena en busca de la seguridad que dicho hogar nos proporcionaba. Las aventuras
están para ser surcadas y suele ser la adolescencia la edad adecuada para
intentar vivir utopías. Si quieren votar, pues que se les permita votar, y
punto. En definitiva lo ha decidió una asamblea elegida en unas votaciones por
el pueblo soberano y a ellos se deben. Si manipulan a su favor los resultados
posteriores, eso sería otra cuestión a tratar, si es que merece la pena tratar
algo tan básico como la libertad de elección. Todo lo demás, mandangas y ganas
de marear ¿Quién no ha pasado por esa tesitura de elegir y en contra de
opiniones cercanas tiró adelante? Equivocarse es de sabios por más que digan
que de sabios es rectificar. Visto como ajustan sus yemas a los naipes lo mejor
será permanecer atentos a la baza definitiva como si Paul Auster estuviese
diseñando la continuación de su “Música del azar”. Seguro que nos sorprende más
delo que nos imaginamos. Hagan juego, señores.
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