El juego del escondite
Aquellas
noches eternas, de los veranos eternos, de nuestras breves infancias, eran las
propicias para desarrollar semejante juego. Echábamos pies y alternábamos elecciones
entre quienes formarían parte de uno u otro equipo. Uno buscaba y otro
se escondía. Y el juego concluía cuando todos los miembros buscados eran
localizados, apresados, retenidos, inmovilizados. Juegos infantiles sin más
recompensa que saber buscar escondites más o menos prohibidos a los que ni se
les ocurriría acudir al equipo perdedor. De hecho, y visto lo visto, creo que
sería bueno rememorar aquellas simples reglas para el próximo fin de semana.
Nada de echar un pulso porque parecería un inicio tabernero. Nada de lanzar la
moneda al aire porque el césped no existe. Nada de “piedra, papel o tijera” por
demasiado infantil. Lo suyo es echar pies y que la suerte decida. Si ganan unos
podrán esconderse de los perseguidores donde más les plazca a la espera de que
los encuentren. Si la fortuna se alía con los otros podrán poner límites
topográficos a dichos escondites y decidir la duración del juego. Pero las
reglas deberían establecerse hoy. Sí, vale, el verano ya se fue, pero da lo mismo.
Que hagan la vista gorda que aún hace calor y saquen a la luz las reglas para
poder seguir el encuentro. Porque de eso se trata, ¿no? De encontrarse para dar
por concluido un juego tan simple para unos como dramático para otros. Recuerdo cómo a algún
participante de aquellos torneos se le escapaba alguna lágrima cuando no podía
concluir la captura en el transcurso de la noche. Recuerdo cómo el silencio se
hacía presente cuando pasaba cerca el grupo perseguidor y no lograba dar con la
captura. Incluso recuerdo cómo alguno decidía mandar a la mierda el juego y
aburrido se iba a dormir. Al día siguiente vería rostros desquiciados, soñolientos
o felices según la fortuna hubiese decidido horas antes. Y él, o ella, tan fresco.
Piénsenlo y verán como merece la pena volver a la niñez. Y si acaso el resultado
no es lo suficientemente satisfactorio siempre podrán plantear para una nueva
velada de juegos otro que más les acomode. De hecho, y asumiendo el riesgo que
conlleva, les recomiendo el “bote bolero”. Bote con b y bolero sin música. Otro
día explicaré las reglas a quienes estén tan interesadlos como ignorantes de
las mismas. Pero recuerden el nombre no vaya a ser que le cambien las grafías y
con ello todo el sentido. Si eso, ya el lunes, lo comentamos. El domingo no es
el mejor día para desvelarse y mal que nos pese, el verano, y la infancia, quedaron
atrás. Algunos no lo quieren ver, pero es la cruda realidad.
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