jueves, 14 de septiembre de 2017


Geriátricos


Es cruzar la verja de entrada y el mundo cambia. Tras la apertura automática de la verja sale a tu encuentro todo un cúmulo de años que descuentan recuerdos y sobreviven apoyados. A ambos lados de los pasillos, en las salas de estar, aquellas y aquellos que fueron han ido dejando de ser y la cuesta abajo se les aprecia en la mirada. La mente fluctúa en según qué casos entre los recuerdos y los olvidos y en todos ellos se percibe el interrogante sin respuesta. Saben que han sido arrastrados por el raciocinio al mejor lugar razonable. Saben que no deben suponer una carga para quienes antes fueron su propia carga. Saben que las reglas de la vida quizá se escribieron de un modo equivocado y ellas y ellos resultan ser los paganos de este juego insensible. A su lado pululan uniformes que habituados a semejante escenario intentan no desfallecer ante la lástima. Cumplen con su deber y el desgaste emocional no les está permitido. A escasos metros la puerta de entrada se convirtió en cancela para evitar huidas hacia no se sabe dónde. Un olor a medicamentos invade los pasillos cuando el carro distribuidor los atraviesa y todo el ritual se renueva día a día, hora a hora. Alguna reclama la llamada urgente a su hijo. Como respuesta le llega un “enseguida viene” con la misma rapidez con la que ella olvida. Más allá, sobre unos hombros cuarteados, una muñeca vuelve a ser la hija a la que mecer y consolar de un lloro inexistente. Sobre el ventanal que da al patio unos hibiscus florecen ante la melancolía de estos otoños como queriendo paliar el paso a lo definitivo. Sobre la pared, un mural con mayúsculas, rotula frases a modo de consignas positivas. De cuando en cuando un desfile de sillas de ruedas se encamina a los ascensores. No ha anochecido y sin embargo el reloj de los turnos decide que el día concluye. La máquina de café miente. No ofrece nada de lo que muestra como si ella también hubiese decidido jugar con la razón.  Como si el consuelo hubiese llegado a sus conciencias las visitas regresan a sus hogares. Saben que hacen lo correcto. Su decisión fue la más coherente. Su plan de futuro ni siquiera aparece en el horizonte. Otra jornada más dejó paso a otra jornada menos. Mientras regresan, unos piensan qué tipo de sociedad les ha llevado a actuar así. Mientras permanecen, otros se internan en las habitaciones ignorando que un día más sumaron a su cuenta. Posiblemente no soñaron con este epílogo que se va escribiendo mientras la noche se cierne.  

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