Metáfora del quicio
A veces me conmueven las palabras que empiezan su declive en base al desuso.
Nadie las necesita, nadie parece prestarles atención, nadie las reclama.
Dormitan entre las páginas del diccionario a la espera de su definitiva
desaparición en el desván del olvido en una nueva reedición del mismo. Fallecieron
o están en vías de fallecer y en el mejor de los casos alguna acepción polisémica
les prolonga su presencia. Frases hechas que pocas veces nos paramos a analizar
y que sin embargo dominamos manejamos con estilo, o al menos lo intentamos. Y
entre ellas el “sacar de quicio” es una de las más habituales. Dentro de la
toponimia, el quicio es ese costado vertical de una puerta o ventana sobre el
que se sustentan las hojas de las
mismas. O los pernios o las bisagras ya se encargan de dar sentido a las
batientes hacia la apertura o clausura. De ahí que a la expresión aludida le
venga como anillo al dedo. De hecho, si enumeramos la lista de situaciones que
buscan y a veces consiguen sacarnos de quicio, probablemente necesitaríamos de
algún lubricante que impidiese nuestro propio. Desde posturas inamovibles en
base a postulados innegociables, a puntos de vista irracionales, nada parece
ser capaz de aligerar el peso de la controversia. Hablamos sin escuchar y en el
silencio auditivo manifestamos el desprecio a lo que pueda venirnos sin analizar los postulados previos. O nos
aburre, o nos incomoda, o sencillamente no es similar a nuestra postura. El
caso estriba en no dar fe de existencias diferentes a las nuestras y cuanta más
cerrazón mostremos, más proclives al desencajamiento nos mostraremos.
Intentaremos controlar la sudoración. Simularemos los deseos más primitivos e
irracionales como respuesta. Luciremos un rictus de exasperación. Y nuestro quicio
estará en vías de emprender un viaje sin retorno. O eso lo asumimos, o lo
tenemos crudo. Quizá será más lógico, práctico, prudente y fructífero, saber cuándo
una situación puede desembocar en semejante letrina y cerrar el paso antes de
que así suceda. Nada ni nadie se puede arrogar el derecho a desquiciarnos por
más motivos que se invente para lograrlo. Si lo consigue, reforzará sus ideas y
lo más probable será que se jacte de un triunfo que nunca reconocerá como
derrota. Todo es cuestión de paciencia, de contar hasta diez o hasta cien, de
pasar de largo ante lo que se ve venir. Las opiniones son demasiado variopintas
como para alienarse tras ellas y tan inamovibles en algunos casos como para
intentar que los goznes ajenos sujeten puertas que les vienen grandes. Adoro
las metáforas y sé que más de uno sabrá interpretarla. Si así no fuera, tampoco
pienso entablar un debate. Ni lo necesito ni perdería el tiempo con quien
buscase sacarme del quicio que tanto valoro, respeto y cuido.
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