lunes, 11 de septiembre de 2017


Fotos robadas

Desde que el mundo digital empezó a dar sus primeros pasos ya nada ha vuelto a ser igual. Aquellos tiempos en los que había que colocar el carrete de modo correcto, cerrar adecuadamente, enfocar con tino y esperar al revelado, quedaron tan obsoletos que a veces se les echa de menos. Cualquiera con un poco de dinero se puede sentir experto sin serlo y demostrarlo ante sus semejantes a la más mínima ocasión. Si el resultado no es el deseado, se elimina  y punto. Y si de lo que se trata es de dar rienda suelta a la persecución punitiva entonces la justificación al uso indiscriminado se nos muestra como deseable, imprescindible y plausible. Eso sí, por parte del que dispara, no de quien posa. Y si además te es remitida la fotografía con todo lujo de detalles, con todos los datos posibles, con todas las pistas que ni siquiera pedías, entonces sí, entonces te acabas de convertir en un objeto capturado a mayor gloria recaudatoria de la autoridad competente. Para ser equitativos deberían permitir, a semejanza de los parques de atracciones, que el sujeto fotografiado decidiese quedarse o no con dicha instantánea. Cada cual decidiría si como recuerdo del paso por semejante punto merecía la pena  guardarlo o mejor proceder a su ignorancia. Tampoco creo que sea pedir demasiado por parte del modelo cuando ha sido fotografiado sin su consentimiento. Y por supuesto sería exigible la acreditación del fotógrafo para dar fe de su profesionalidad, pulcritud, experiencia, y sentido común. Nada de colocar un fotomatón sin cortinillas que oculten las miradas de los curiosos. No señor. Nada de lanzar el flas y luego dar por válida la tarifa por lo que no pediste. De  poco  servirá que se justifiquen con planteamientos poco creíbles que todo lo fotografían por tu bien cuando el ánimo recaudatorio es lo que les mueve a ello. Mientras todo esto no se tenga en cuenta, de nada servirá seguir con las quejas. No sé si soy el único que se ve inmerso en la somnolencia cuando circulo por una autopista de pago o autovía libre del mismo a la escalofriante velocidad de ciento veinte kilómetros por hora. Da igual que sea un día luminoso, lluvioso o nebuloso. La placa manda y el pistolero está con la cámara cargada. Y si decides ser el suicida que atraviesa la estepa en solitario, con el horizonte despejado, sin nadie próximo, a la espeluznante marca hamiltoniana de ciento treinta y siete kilómetros por hora, el semiselfi lo tienes asegurado. Acabas de ser merecedor de la foto robada; eso sí, otros la roban por ti, pero tú la pagas. Si llega el caso, sonríe, que saldrás más guapo, aunque por dentro te estés acordando de toda la generación  del fotógrafo. A fin de cuentas igual te envían un marco y queda bonita en el cuarto de baño.    

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