Fotos robadas
Desde que el mundo digital empezó a dar sus primeros pasos ya nada ha
vuelto a ser igual. Aquellos tiempos en los que había que colocar el carrete de
modo correcto, cerrar adecuadamente, enfocar con tino y esperar al revelado,
quedaron tan obsoletos que a veces se les echa de menos. Cualquiera con un poco
de dinero se puede sentir experto sin serlo y demostrarlo ante sus semejantes a
la más mínima ocasión. Si el resultado no es el deseado, se elimina y punto. Y si de lo que se trata es de dar
rienda suelta a la persecución punitiva entonces la justificación al uso
indiscriminado se nos muestra como deseable, imprescindible y plausible. Eso
sí, por parte del que dispara, no de quien posa. Y si además te es remitida la
fotografía con todo lujo de detalles, con todos los datos posibles, con todas
las pistas que ni siquiera pedías, entonces sí, entonces te acabas de convertir
en un objeto capturado a mayor gloria recaudatoria de la autoridad competente. Para
ser equitativos deberían permitir, a semejanza de los parques de atracciones,
que el sujeto fotografiado decidiese quedarse o no con dicha instantánea. Cada
cual decidiría si como recuerdo del paso por semejante punto merecía la pena guardarlo o mejor proceder a su ignorancia.
Tampoco creo que sea pedir demasiado por parte del modelo cuando ha sido
fotografiado sin su consentimiento. Y por supuesto sería exigible la acreditación
del fotógrafo para dar fe de su profesionalidad, pulcritud, experiencia, y
sentido común. Nada de colocar un fotomatón sin cortinillas que oculten las
miradas de los curiosos. No señor. Nada de lanzar el flas y luego dar por
válida la tarifa por lo que no pediste. De
poco servirá que se justifiquen
con planteamientos poco creíbles que todo lo fotografían por tu bien cuando el
ánimo recaudatorio es lo que les mueve a ello. Mientras todo esto no se tenga en
cuenta, de nada servirá seguir con las quejas. No sé si soy el único que se ve
inmerso en la somnolencia cuando circulo por una autopista de pago o autovía
libre del mismo a la escalofriante velocidad de ciento veinte kilómetros por
hora. Da igual que sea un día luminoso, lluvioso o nebuloso. La placa manda y
el pistolero está con la cámara cargada. Y si decides ser el suicida que atraviesa
la estepa en solitario, con el horizonte despejado, sin nadie próximo, a la espeluznante
marca hamiltoniana de ciento treinta y siete kilómetros por hora, el semiselfi lo
tienes asegurado. Acabas de ser merecedor de la foto robada; eso sí, otros la
roban por ti, pero tú la pagas. Si llega el caso, sonríe, que saldrás más guapo,
aunque por dentro te estés acordando de toda la generación del fotógrafo. A fin de cuentas igual te
envían un marco y queda bonita en el cuarto de baño.
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