Iacobus
A pesar de que su obra “El último Catón” no me
acabase de convencer del todo por ser inverosímil su final, decidí releer a
Matilde Asensi. La Historia resulta atrayente en la media en que te lleva a un
pasado en el que te sumerges modo de
escudriñador en buscas de no sabes qué. Si además te adentra en una época tan magnificada
como la Edad Media, te presenta a un caballero con dotes policíacas al que se
le encarga descubrir un tesoro templario y te lleva por la ruta Iacobea, el
cóctel no puede ser más seductor. Los engaños se dan por válidos al ser
propiciados por personajes tan acostumbrados a ellos que buscan su propio
lucro. Las venganzas acuden a las páginas como reclamo de persecuciones que
incentivan el ritmo de la narración. El Vaticano como centro de operaciones y
el caballero Galcerán como precursor de James Bond con yelmo y espada. Pistas
que se van sucediendo más allá de la pulcra credibilidad de los datos que la
Historia ha ido aportando, dan paso a una lectura incesante en busca del fin
supuesto. Ya hubiese querido Indiana Jones estar en la piel del citado
caballero. Posiblemente habría dado por concluida su serie con el primer rodaje
de haberse convertido en el personaje de esta novela. Como no podía ser de otro
modo, la codicia aparece como ingrediente imprescindible, atemporal,
irrenunciable. Las pistas que en este trayecto se ofrecen al lector le
predisponen a emprender a la mayor brevedad posible el Camino. Si por fe, por búsqueda
de respuestas interiores, o por simple corroboración de lo expuesto por Matilde
Asensi, da lo mismo. Lo importante será dejarse arrastrar a esa aventura de la
que extraer enseñanzas o al menos diversión. Reconozco que por un momento tuve
la tentación de emprender la ruta llevando como guía los capítulos de esta
obra. Casi me lanzo a desentrañar las pruebas que el noble caballero ya logró
poner en abierto. Incluso no descarto la idea para fechas venideras. Puede que
no encuentre más recompensa que la de verme inmerso en una reedición personal
de las aventuras de aquella época que tanta literatura provoca. Sé que si me
decido, no podré dejar de echar un vistazo a los vestigios arquitectónicos que
dan muestra de una etapa que tanto seduce. Lo de menos será encontrar en tesoro
templario. No en balde todo aquel que ha realizado el Camino regresa con la
sensación inexplicable de paz interior. Puede que la ilusión por encontrarla
colabore a ello y no seré yo quien ponga interrogantes. A todos aquellos que
estáis pensándolo os recomiendo este libro. Si al acabar decidís permanecer en
vuestros aposentos al menos os habréis entretenido y siempre estaréis a tiempo
de cambiar de idea.
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