lunes, 12 de febrero de 2018


Herencia soñada



Lo sabía, es que lo sabía, tenía ese pálpito de que acabaría llegando, y aquí está. Sí, la herencia soñada, la imaginada, la anhelada, la desconocida, por fin, ha llegado a mis oídos, a mis parcas arcas, a mis  telarañas de caudales. Y lo ha hecho al más puro estilo moderno, vía email, como debe ser. Una amabilísima abogada me hace sabedor de que puedo recibir la nada despreciable cantidad de trescientos sesenta y nueve mil dólares que así, puestos con letras, no dan lugar a la duda. Supongo que a la mayor brevedad me llegará el ingreso y podré contarlos uno a uno, en billetes pequeños, quizás en monedas, y sentirme rico por fin. A hacer puñetas las penurias, sí señor. A darme la gran vida. A viajar, a disfrutar, a volver a hacer aquello que hice, pero con más nivel. Igual me convierto en un robinsón de mi propia isla, quién sabe. De momento empezaré a diseñar una lista con los deseos más apremiantes para que ninguno se me olvide, no vaya a ser que luego me arrepienta. Después haré partícipes de mi suerte a aquellos que siempre me tuvieron en gran estima. Incluso a aquellos que estuvieron a punto de tenérmela y se les fue pasando el plazo. Incluso a los que no tuve el gusto de tratar y seguro que lo estaban deseando. Habrá para todos y no será necesario que se agolpen sus parabienes. Para bienes, los que me están llegando a raudales. Tampoco es que la herencia sea como para asegurar el futuro a varias generaciones pero ya se sabe, dinero llama a dinero. Y todo gracias al antepasado que debió emigrar a América, hizo fortuna y en sus últimas voluntades dejó dicho que una parte fuera para mí. Lo que hace la sangre y la filantropía nunca dejará de sorprenderme. Supe que el penúltimo mandatario venezolano compartía segundo apellido conmigo y aquello debí interpretarlo como una señal. A saber cuántos más andan por aquellos lares disfrutando de semejante escudo de armas y patrimonios idénticos al que ahora me llega. Qué ilusión. He releído el email para creérmelo del todo y las dudas del incrédulo quieren hacerse un hueco en mi esperanza. Empieza a sonarme a ya leído. Algo me dice que  hace más de un año ya me llegó uno similar y tantos familiares muertos en idénticas circunstancias y generosidades no se pueden tener. Acabo de comentarlo con los cercanos y me dicen que seguramente será un timo. Pero qué mala es la envidia, por dios, pero qué mala. Nada, allá voy. Voy a darle respuesta al bufete de abogados y les mandaré un número de cuenta donde ingresarán tal fortuna. Ya está, decidido, ya respondí. La leche, me acabo de dar cuenta del error. He dado una cuenta que no es la mía, ni sé de quién puede ser. Mira por donde acabo de alegrarle a un desconocido el resto del día. Pues nada, a esperar un año más y a la próxima notificación heredera me fijaré en los dígitos. Qué torpeza la mía, pero qué torpeza más generosa.   

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