miércoles, 28 de febrero de 2018


1. Loreto


Ni  quiero ni busco encontrar la imparcialidad. No hace falta y se notaría demasiado el esfuerzo forzado si así lo intentase. De modo que hoy que los dos patitos se muestran cara a cara como queriendo recordar el tiempo pasado, hago equilibrios y no dejo de sonreír. Sé que le sonará a ya leído, a ya escuchado, a mil veces repetido. Sé que desde su fuero interno en el que la velocidad se ha aposentado encontrará un momento de pausa para destilar lo que ya sabe. Ella, que feliz es repartiendo felicidad entre los más desvalidos, es ese apéndice dichoso que cualquiera soñaría con tener en la sucesión de la sangre. Nació con las luces de la madrugada queriendo arrancarle al día los sueños en un intento de aprehender los instantes. Y toda la generosidad se manifiestará en los actos que la comprensión reclame. Paño de lágrimas que se extiende como sobremantel de las mesas que sirven aliños avinagrados, logrará poner un punto de raciocinio a los pálpitos afilados que le lleguen de cerca. Lucirá cara de circunstancias queriendo demostrar que el dominio de las situaciones llegará en el preciso momento en el que el karma así lo decida. Palpará las venas para encontrar el sitio justo por el que buscar el cárdeno de los latidos que tamborilearán a su ritmo. Echará la vista atrás y sonreirá al ver cómo el pasado dejó de ser para difuminarse en una neblina a la que dedicará un simple rictus de compasión. No, no sería capaz de albergar odio, porque no sabe de su significado. Ha aleteado tantas veces en las olas de la risa que estará decidida a surcarlas cuantas veces sean precisas. Se acurrucará en su rincón favorito como si de un útero reconvertido se tratase y nunca exigirá más de lo que está dispuesta a ofrecer. Llegará justa porque verá imprescindible dejarle un buen sabor de boca a quien reclamaba su atención. Basculará en los platillos del mimo para conseguir lo que apenas necesita de esfuerzo. Y será feliz, muy feliz, inmensamente feliz. De sus anhelos se desprende el sabor a salitre que todo cofre recién descubierto acumula. Atrás quedaron los remos carcomidos y las velas henchidas marcan el rumbo al galeón de su vida. Y sobre el mascarón de proa, a nada que os fijéis, lograréis distinguir el perfil del pirata al que sigue sonriendo cada vez que percibe su garfio oxidado, por más que el loro vaya enmudeciendo, por más que la pata de palo marque un ritmo cada vez más menguante. No en balde se sabe  su parte del tesoro.       

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