Los pistoleros de la tiza
Quién podría imaginar que
al cabo de los años íbamos a regresar a aquellos juegos de infancia. Aquellos
que transcurrían en el lejano oeste de los huertos sembrados de alfalfe en los
que la noguera ejercía de fuerte ante el inminente ataque de los indios que
irremediablemente llevaban las de perder. Siempre perdían y solamente
encontraban redención en el grito de “chin, curao” que les permitía resucitar
para volver a morir. Un ciclo tan previsible como auténtico que nos convertía
en virginianos, broncos, sheriffs o bonanzas cargados con las cartucheras de
plásticos nacarados y disparos laríngeos. Quién podría imaginar que a estas
alturas en las que el pulso empieza a temblar, la vista a escasear y los
galopes se parecen más a los de un tiovivo que a los de los garañones por
domesticar, nos iban a proponer un duelo al sol ante la inminente aparición de
buenos, feos y malos parapetados en los pupitres. Sí, ya sé, solo se le ha
ocurrido a aquel que proclama la ligereza del gatillo ante cualquier amenaza
surgida entre las ecuaciones, las disoluciones, los versos o las historias. Pero
visto cómo está el patio, o mejor, el salón, no me extrañaría nada que se
exigiese en el currículo el dominio de las armas al profesorado. Así que, el
dilema se me plantea a la hora de elegir si mutarme en Clint Eastwood, John Wayne, Willie el niño,
Lee Van Cleef…o buscar similitudes con Rambo, Bruce Willis, Steven Seagal o
Charles Bronson. La verdad, tengo dudas. Lo que en unos son ventajas, en los
otros son inconvenientes y así no hay forma de definirme. Mientras llega el
momento buscaré un descampado sobre el que configurar una pista de tiro. Los
botes de conserva que antes iban al cubo del reciclaje acaban de encontrar
sentido a su último servicio. Procuraré que no sea una zona transitada para
evitar males mayores y poco a poco me graduaré, seguro, como francotirador
certero desde la tarima. De paso, el maletín, por obsoleto, lo cambiaré por un
petate en el que quepan las cananas y toda la munición. Qué narices, ya que me
pongo, nada de Magnun 45, que más parece un helado que un arma. Añadiré una
repetidora, un subfusil y alguna granada de mano por si acaso. Si de esta guisa
no soy capaz de convencerles de la importancia del aprendizaje, amenazaré con
colocar una tanqueta en la trinchera izquierda de la pizarra. Y cuando pida
voluntarios lo haré con el punto de mira ajustado y el tambor del revolver girando.
Es que me estoy viendo y me vienen a la memoria tantas tardes pistoleando que
no puedo refrenarme. Ostras, se me ha pasado la hora y he de volver a clase.
Voy a ver si soy capaz de descargar la película de Cantinflas titulada “Por mis
pistolas” y les voy poniendo en situación. Más que nada para que no les pille con
el estribo cambiado si me ven aparecer con una pañuelo al cuello y unas
espuelas tintineantes.
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