martes, 27 de febrero de 2018


Los pistoleros de la tiza

Quién podría imaginar que al cabo de los años íbamos a regresar a aquellos juegos de infancia. Aquellos que transcurrían en el lejano oeste de los huertos sembrados de alfalfe en los que la noguera ejercía de fuerte ante el inminente ataque de los indios que irremediablemente llevaban las de perder. Siempre perdían y solamente encontraban redención en el grito de “chin, curao” que les permitía resucitar para volver a morir. Un ciclo tan previsible como auténtico que nos convertía en virginianos, broncos, sheriffs o bonanzas cargados con las cartucheras de plásticos nacarados y disparos laríngeos. Quién podría imaginar que a estas alturas en las que el pulso empieza a temblar, la vista a escasear y los galopes se parecen más a los de un tiovivo que a los de los garañones por domesticar, nos iban a proponer un duelo al sol ante la inminente aparición de buenos, feos y malos parapetados en los pupitres. Sí, ya sé, solo se le ha ocurrido a aquel que proclama la ligereza del gatillo ante cualquier amenaza surgida entre las ecuaciones, las disoluciones, los versos o las historias. Pero visto cómo está el patio, o mejor, el salón, no me extrañaría nada que se exigiese en el currículo el dominio de las armas al profesorado. Así que, el dilema se me plantea a la hora de elegir si mutarme en  Clint Eastwood, John Wayne, Willie el niño, Lee Van Cleef…o buscar similitudes con Rambo, Bruce Willis, Steven Seagal o Charles Bronson. La verdad, tengo dudas. Lo que en unos son ventajas, en los otros son inconvenientes y así no hay forma de definirme. Mientras llega el momento buscaré un descampado sobre el que configurar una pista de tiro. Los botes de conserva que antes iban al cubo del reciclaje acaban de encontrar sentido a su último servicio. Procuraré que no sea una zona transitada para evitar males mayores y poco a poco me graduaré, seguro, como francotirador certero desde la tarima. De paso, el maletín, por obsoleto, lo cambiaré por un petate en el que quepan las cananas y toda la munición. Qué narices, ya que me pongo, nada de Magnun 45, que más parece un helado que un arma. Añadiré una repetidora, un subfusil y alguna granada de mano por si acaso. Si de esta guisa no soy capaz de convencerles de la importancia del aprendizaje, amenazaré con colocar una tanqueta en la trinchera izquierda de la pizarra. Y cuando pida voluntarios lo haré con el punto de mira ajustado y el tambor del revolver girando. Es que me estoy viendo y me vienen a la memoria tantas tardes pistoleando que no puedo refrenarme. Ostras, se me ha pasado la hora y he de volver a clase. Voy a ver si soy capaz de descargar la película de Cantinflas titulada “Por mis pistolas” y les voy poniendo en situación. Más que nada para que no les pille con el estribo cambiado si me ven aparecer con una pañuelo al cuello y unas espuelas tintineantes.   

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