El minimalismo
Como si de un acto de introspección
se tratase, nos hemos subido a la ola del minimalismo y la surfeamos
convencidos del acierto. Pasamos revista a todo aquello que fue acumulándose en
la vivienda y comprobamos cuan prescindible resulta, cuan engorroso es el
espacio que ocupa, cuan innecesaria es su continuidad. Abandonamos en un rincón
al equipo estereofónico que tantas tardes de gloria nos proporcionó a treinta y
tres revoluciones y un tercio y no tuvimos compasión ni con el plato, ni con la
platina de doble cuerpo. Allí grabamos en hierro y cromo las selecciones que
más nos entusiasmaban y una caja de madera ejerce actualmente de ataúd de las
mismas. Viajó hacia el trastero en una primera etapa que continuaría hacia la
lejanía veraniega y allí permanece. Y junto a él, los cartones anudados repletos de vajillas generacionales
que jamás se reestrenaron. No hubo piedad y suponían un estorbo. Los platos
descascarillados hablaban de reuniones tan lejanas que se nos antojaba
demasiado doliente el recuerdo. Los cubiertos de alpaca todavía rezuman el
sabor a la arena que los pulía antes de la aparición de los artificiales
detergentes y malviven en sus envoltorios de papel sedoso. Pasó su tiempo y el
acero se impuso. Los libros firmados por el nihil obstat censor al uso guardan
turno ante la esperanza de la curiosidad renacida. Saben que juegan con
desventaja aquellos que no acrediten imágenes y pudorosos callan para no delatar
su agonía. Y en algún cajón de alguna cómoda barnizada de olvidos, los pañuelos
bordados con tu nombre saben que el papel les ganó la partida. Poco importan a las
manos que los usaron cuando buscaban la triangulación en el bolsillo izquierdo
de aquella chaqueta aportando elegancia. El pasado no tiene hueco en el minimalismo
que se abre paso irremediablemente. Sólo parece importar el futuro aún sabiendo
que jamás se alcanza. Se dejan huecos para rellenar ante la imposibilidad de
rellenar vacíos y vacíos caminamos. Minimizamos hasta el extremo de
convertirnos en meras partículas ignoradas `por nosotros mismos y ahí
conseguimos la derrota que no buscábamos. Creemos en la inmediatez ante el
miedo de quedarnos rezagados en esta carrera absurda emprendida hacia no
sabemos dónde. Todo lo hemos reducido en pos a la practicidad y estamos
llegando a la conclusión que nos cataloga como prescindibles. Y como si de un
corolario funesto fuese en nuestra búsqueda echamos una última ojeada a la
colcha heredada y empezamos a verle más inconvenientes que virtudes. Quizás en
breves horas la convirtamos en nuestro propio sudario al cederle paso al
edredón moderno, enrollable, ajustable, deformable e inevitable. El espejo
acaba de reflejarnos y nos vemos reducidos. Será simple casualidad.
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