viernes, 16 de febrero de 2018


El minimalismo



Como si de un acto de introspección se tratase, nos hemos subido a la ola del minimalismo y la surfeamos convencidos del acierto. Pasamos revista a todo aquello que fue acumulándose en la vivienda y comprobamos cuan prescindible resulta, cuan engorroso es el espacio que ocupa, cuan innecesaria es su continuidad. Abandonamos en un rincón al equipo estereofónico que tantas tardes de gloria nos proporcionó a treinta y tres revoluciones y un tercio y no tuvimos compasión ni con el plato, ni con la platina de doble cuerpo. Allí grabamos en hierro y cromo las selecciones que más nos entusiasmaban y una caja de madera ejerce actualmente de ataúd de las mismas. Viajó hacia el trastero en una primera etapa que continuaría hacia la lejanía veraniega y allí permanece. Y junto a él, los  cartones  anudados repletos de vajillas generacionales que jamás se reestrenaron. No hubo piedad y suponían un estorbo. Los platos descascarillados hablaban de reuniones tan lejanas que se nos antojaba demasiado doliente el recuerdo. Los cubiertos de alpaca todavía rezuman el sabor a la arena que los pulía antes de la aparición de los artificiales detergentes y malviven en sus envoltorios de papel sedoso. Pasó su tiempo y el acero se impuso. Los libros firmados por el nihil obstat censor al uso guardan turno ante la esperanza de la curiosidad renacida. Saben que juegan con desventaja aquellos que no acrediten imágenes y pudorosos callan para no delatar su agonía. Y en algún cajón de alguna cómoda barnizada de olvidos, los pañuelos bordados con tu nombre saben que el papel les ganó la partida. Poco importan a las manos que los usaron cuando buscaban la triangulación en el bolsillo izquierdo de aquella chaqueta aportando elegancia. El pasado no tiene hueco en el minimalismo que se abre paso irremediablemente. Sólo parece importar el futuro aún sabiendo que jamás se alcanza. Se dejan huecos para rellenar ante la imposibilidad de rellenar vacíos y vacíos caminamos. Minimizamos hasta el extremo de convertirnos en meras partículas ignoradas `por nosotros mismos y ahí conseguimos la derrota que no buscábamos. Creemos en la inmediatez ante el miedo de quedarnos rezagados en esta carrera absurda emprendida hacia no sabemos dónde. Todo lo hemos reducido en pos a la practicidad y estamos llegando a la conclusión que nos cataloga como prescindibles. Y como si de un corolario funesto fuese en nuestra búsqueda echamos una última ojeada a la colcha heredada y empezamos a verle más inconvenientes que virtudes. Quizás en breves horas la convirtamos en nuestro propio sudario al cederle paso al edredón moderno, enrollable, ajustable, deformable e inevitable. El espejo acaba de reflejarnos y nos vemos reducidos. Será simple casualidad.

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