miércoles, 21 de febrero de 2018


La señora Julia



Apurando el paso crucé por la calle y no pude por menos que desviar la vista hacia donde ella estaba. Su mediana estatura hablaba en silencio de su origen manchego y su menguado perfil me resultaba familiar, cercano. Con la osadía impropia de la desvergüenza me aproximé y vi cómo la compañía que la acompañaba se protegía de mi asalto trazando un muro de desconfianza que duró unos segundos. No había sangre que las uniera y las pautas que le eran remitidas las ejercitaba con la destreza de unas manos que tan acostumbradas han estado a labores semejantes. Sonrieron y en la brevedad del contacto pude distinguir a la luchadora que coquetamente se restaba unos días ante la inminencia de su octogenario cumpleaños. Confesó su origen que ya había adivinado y tras sus pupilas marrones adiviné vendimias añejas que tan lejanas quedaban en su lúcido recuerdo. Me hablaba de usted como si alguna deuda existiera entre ambos y no pude por menos que sonreír ante sus arrugas. El pelo labrado de nieves se retiraba de su rostro para demostrarnos a todos lo que significa ir de frente por la vida. Giraba sus brazos al compás de unas aceradas ruedas que buscaban coordinación para retrasar lo inevitable. Curiosamente, aquellas manos, aquellas muñecas que los fríos del otoño curtieran hace tiempo, se mostraron tan fieles reflejos de mis ayeres que tuve que intentar mantener una firmeza que se me escapaba irremediablemente. Debí renunciar a lo que la tarde me mostraba como apremiante y dejar que su vida trazara el camino de su verbo a mi escucha. Dudé por un momento y a punto estuve de anular la cita semanal o retrasarla. Hubiese sido reconfortante prestarle oídos a quien tanto acumulaba. Hubiese sido el punto final a una tarde que marcó su rumbo desde primeras horas de la mañana y se veía abocada a una nueva travesía. No sé si vio en mí al extravagante ser que hurgaba en las vidas que no le corresponden. Quiero pensar que no. Quiero pensar que horas después, mientras burbujeaba el interrogante sobre el hule de la mesa, pensó que por una vez, alguien ajeno a ella le prestó atención y la hizo cercana.  A su lado, hoy, como todos los días, el griterío infantil ocupará espacios. Puede que en algún momento se vuelva a soñar y condescendiente se muestre consigo misma ante el paso del tiempo. Puede que piense que ha olvidado mi nombre que no llegué a pronunciar. Sabrá que sé cómo se llama e ignoro su apellido. No hace falta más. Cualquier sinónimo de verdad podría servirle.               

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