lunes, 26 de febrero de 2018


1. Victoria de Frías
Quiero pensar que ser el menor de los primos paternos me otorga el privilegio de mirar hacia delante, contemplar a los que me preceden y procurar que la ecuanimidad de sus retratos no traspase los límites del crédito de la sangre. Así que el carboncillo nacido de las venas comunes aparece afilado para diseñar sobre el lienzo inmaculadamente blanco el perfil de mi prima Victoria. Y lo haré intentando poner pausa a su paso vivaz que no conoce el sentido de la palabra quietud. Ha transitado tantas veces de las marismas onubenses a los perfiles del Cabriel que sería impensable imaginarla sentada, reposando, inmóvil. Su vida ha sido un paréntesis abierto desde la obligatoriedad que intenta cerrar con el del solaz de volver a sus inicios. Menuda, nerviosa, constante. Así se manifiesta a lo largo de las horas como si al reloj le debiese tiempos que le pagará puntualmente. Desde su mirada incisiva y cierta, calla para sí aquello que podría empañar la hoja de ruta que solamente a ella pertenece. Habla del pasado como si no se hubiera alejado de su vida lo más mínimo y la complacencia hacia los suyos no conoce límites. Ejerce de todos los papeles que la vida le ha ido asignando y nunca saldrán de sus labios las quejas infructuosas que a nada conducen. Guarda agravios perdonando por saber que nadie será capaz de herirla por más que lo intente. Maneja como nadie las razones que la llevan a actuar así y pocas veces da la vuelta a las mismas. Traza sobre el cemento la silueta de aquel a quien tanto admiró colocando la butaca hacia el sol en la tibieza de la tarde. Tiende sobre los hilos del presente los lienzos venteando los sacrificios y nada se le antepone. Ha recorrido a hora temprana los senderos del valle y las garrafas del manantial se acumulan sobre los bajos de la alacena. Acaba de vestirse de domingo y acicalada espera que los segundos toques de la campana le avisen. Bajará las escaleras con la premura natural de quien se sabe imprescindible y apenas se otorga minutos para sí misma. Descuenta cada uno de los días para acelerar la llegada del estío. Las sangres de las golondrinas ausentes regresarán y allí estará para recibirlos. Nadie como ella para ser el modelo de la anfitriona que se reconoce feliz cuando los tiene cerca. El tiempo ha intentado curvarla y apenas lo ha conseguido. De nada servirá el intento de convertir en anciana a quien es capaz de convertirse en corista de rancheras que hablan, como toda ranchera que se precie, de amores cumplidos, desamores olvidados y versos por escribir a ritmo de bolero.

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