martes, 20 de febrero de 2018


Inés Martínez



Lo primero que nos llama la atención cuando traspasamos la puerta es su sonrisa. Allí, como agazapada tras el mostrador, custodiando los tonos que la huerta ofrece, se sitúa, orienta, gobierna y sonríe. A su derecha, la estantería acristalada y pudorosa reserva lo que del horno ha surgido como si quisiera refugiarse del frío alargando su calor. Tras ella, el mural rojizo sobre el que diseminar las numeraciones anticipadoras de fortuna a aquellos que sueñan con la fortuna. A su frente, como dispuestos en un falso azar, aquellos frutos que se sabrían olvidados en cualquier otro rincón que les provocase la lejanía de su manos. Sobre su coleta azabache, las pasas amarillas colgadas rezumando sabor a islas afortunadas a la vez que las cuerdas ejercen de escaleras equilibradas. Más a su izquierda los secos apilados en urnas plastificadas como recordatorios de cunas tan lejanas como añoradas. El resto del espacio, para el resto de los que espaciamos los minutos a la espera de chocarnos con su sonriente carta de presentación. Se sabe protegida tras la armadura multicolor que la distingue como Sherezade de este cuento repetido en las noches de insomnio que Karem le proporciona. Nada se le resiste porque la constancia la tomó como modelo. Nada la perturba porque sabe mirar de frente a quien de frente va. Nada se le antepone al egoísmo que en ella no tiene cabida y al que rechaza como la peor de lo indeseable. Arma de paciencia sus horas sabiendo que tendrá que surcar las arenas por las que alguien pretenda deslizarla para sacarla de quicio. No lo conseguirán. Nada habrá que la perturbe porque ha erigido una atalaya de verdad inexpugnable. Sabrá degustar como nadie las escasas horas de asueto sabiendo que en ellas está la clave del oasis en el que saciarse de sueños. Empieza a sentir que la vida se le pone de cara y se sabe querida. Lágrima fácil venida del sur a la que la distancia respeta para hacerse cercano. Tened precaución si pasáis a su lado. Lo más probable será que a partir de ese momento no encontréis un vergel mejor, ni una mejor samaritana. Y no os preocupéis si la calabaza no se convierte en carroza a la medianoche; ella ya se encargó de convertir en alazanes a los ratones que intentaron zancadillearla y sabe que todo cuento se repite cada vez que quien se sigue sintiendo niño así lo solicita. Si lo primero que me llamó la atención fue su sonrisa y su simpatía, ahora comprobaréis sin duda alguna que sois unos afortunados al sentir el poder de su encanto. Cualquier otro antojo, a partir de ahora, le es permitido.


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