Influencers
Mira por donde han aparecido para
convertirse en los nuevos profetas. Ídolos de masas a golpes de likes sobre los
que asentar sus postulados de tendencias. Modelos a los que imitar en la medida
en que los modelos propuestos no satisfacen a las generaciones siguientes.
Normal, todo muy normal. Se nos ha ido de las manos el catón estético-ético y
la plasticidad del postureo se ha situado en el altar de la nueva religión.
Plástico sobre plástico al que añadir más plástico para plastificar las
querencias de quienes aún no tienen claro el sendero a seguir. Y detrás de todo
ello, agazapada en la madriguera, la industria del consumo voraz buscando como imagen
la de aquell@s que demuestran tener más seguidores. En un acuerdo tan palpable
como desconocido manejarán las teclas de la calculadora en base a la
rentabilidad producida. Poco importará si desde la emisora o el emisor llega un
mensaje urgente al consumidor o consumidora que no ha tenido tiempo de analizarlo
y actuar en consecuencia. Han de repetir modelo y a la par consumir lo que el
modelo vende casualmente. Autómatas carentes de criterio a los que no se les
estará permitido racionalizar actuaciones para evitarles el esfuerzo de pensar.
Lo importante será hacerles creer en la posibilidad de convertirse en uno más
de los influyentes y vacíos personajes que tanto admiran. Lejos quedaron los
tiempos en los que el ídolo aparecía tras el largometraje meritorio. Más lejos
aún quedan aquellos que demostraron las ecuaciones de una Utopía que nadie
creyó en sus inicios y acabó cumpliéndose. Más lejos, mucho más lejos,
infinitamente más lejos nos quedan,
aquellos que de sus letras hicieron causa para abrir los ojos de las emociones.
Todos se han visto sobrepasados por la vorágine
marabuntiana llamada gilipollez. Nadie parece dispuesto a ponerle coto mientras
los cerebros se sigan mostrando como amorfas masas de gomas de chicles. Para
qué se lo van a poner si lo que importa es el presente, la adulación
instantánea, el mérito inmediato. Para qué buscar un legado más o menos digno para
quienes han desviado su mirada hacia una fama absurda y soñada. Así que no
quedan más que dos caminos: o apartarse de la estampida o situarse en la línea
de salida, y esperar a ver qué pasa. Si te apartas, el letrero de caducidad
colgará de tu pecho en letras mayúsculas y ni siquiera un óbolo de compasión
caerá a tus pies. Si te sumas al sueño
influyente tu pensamiento nadará en un limbo de ilusiones que te harán creer
ser lo que no eres ni serás jamás. Creo que se me escapa una tercera
posibilidad y quizás sea la menos mala para evitarme el fracaso de no llegar a
influencer. Permitidme que la esconda como secreto personal. No me gustaría que
nadie me la pisara y añadiera un motivo más de desconsuelo a mi aflicción. El
día que la saque a la luz, veremos cuántos likes merece. Hasta entonces, paciencia.
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