Flores
Estamos a
unas horas de repetir el rito y volver a darle protagonismo a las flores. Sí,
catorce de Febrero, de nuevo las flores de enamorados para dar fe de que se
sigue estando. Y aquí empieza el dilema. Si son las mismas de siempre puede
resultar poco creíble el hecho de regalarlas. Sonará a olvido y recordatorio de
última hora. Si son distintas podría pensarse que la indiferencia ha tomado
posiciones y ya ni siquiera recuerdas las preferidas por la parte ofrendada y
ofendida. Si te decides por las más exóticas estarás lanzando el preludio de un
viaje inmediato a los lugares más remotos y te verás obligado a contratarlo para
no seguir defraudando. Si coges las más habituales podrás ser catalogado de
cicatero, mísero e insensible. Total, un lío. Y es que el verdadero problema
empieza en el exceso de oferta y la densidad de tal fecha. Sustituir el ramo
por bombones, joyas, tarjetas regalo o cualquier otra opción no entra en las posibilidades.
En todo caso se sumarían a los pétalos y la rúbrica de una buena dedicatoria
pondría el punto y final. Así que la duda persiste y creo que hasta última hora
no quedará resuelta. Empiezo a barajar la opción de dejar que elija el azar por
sí solo y que sea lo que tenga que ser. O que se encargue la florista por motu
propio y así poder tener a alguien a quien acusar si llegase el fracaso. Algo
maquiavélico pero efectivo sí que parece.
Quizás si me situase en la recepción lograse entender la importancia del acto.
Veamos. Las flores me gustan, pero libres en sus propias raíces y espinas. Me
gustan cuando acarician al viento indicándoles el flujo del polen y el destino
caprichoso que las alas de los insectos diseñan. Me gustan cuando tímidas
esconden sus sépalos a las caricias del sol y se mecen al compás de las primaveras.
Me encantan cuando logran barnizar tonos cárdenos entre los verdes sabiéndose
caducas y por lo tanto eternas. De todas estas formas me gustan. Incluso cuando
dan por concluida la existencia anillada en un camposanto al que fueron
remitidas. Flores que hablan de ciclos de vida como si de los ciclos dedujesen
los tics tacs de los sentimientos. Flores, en definitiva, que no necesitan de
días especiales para saberse especiales. Flores, no obstante, que mañana, una
vez más, tendrán su protagonismo, vestirán de gala y llevarán enramadas las palabras
de amor que tantas veces oyó San Valentín y que tan presentes aparecen cada
catorce de Febrero.
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