domingo, 2 de febrero de 2014


Herida

Fue de tal modo que tejió para sí la invisible túnica de la desconfianza. Creció entre las imaginaciones en las que la vileza no tenía cabida ni sentido y todo era sentido real desde la ilusión no llevada a cabo. Pasaron por ella las etapas como meros pentagramas en los que diseminar notas de melodías aún no compuestas para la que se soñaba destinataria de las mismas. Era la viva expresión que la calma tomó como modelo y sobre ella cabalgó en pos de realidades venideras. Se entregó como sólo sabe entregarse la generosidad nacida de la reciprocidad y se creyó dichosa. Poco a poco el otoño se abrió camino sin haber sido invitado y el sentido de vuelta embarró a sus remites. La acomodaticia convivencia alzó la valla de lo ya sabido como muestra de no necesidad de promesas renovadas. Se dejó llevar al incierto presagio del fin y dejó de poner impedimentos a que así fuese. Decepcionada de tantos y herida por todos vegetaba en el gris; y de pronto apareció. A modo de recompensa le llegó lo que consideró irreal por fuera de sitio y fuera de lugar. Abrió sus ventanales mínimamente para que la decepción no volviese a acomodarse por compañera y día a día el goteo incesante de muestras verídicas le trajo la confianza que creyó ausente. Empezó a reír como hacía tiempo que no reía; a disfrutar de las noches en la que los sueños se hacían reales; a contar las horas para descontar las horas; a volver a amar. Sí, a amar, por más que se hubiese jurado  exiliar al olvido al verbo que le pertenecía. Supo que las realidades realizaban en paralelo las realidades que la hacían feliz. Y en ello basó su devenir. Temía tanto al propio temor que de cuando en cuando la concha protectora le ofrecía reclusiones en las que cobijar falsas seguridades. Se dio por ganada en su lucha definitivamente. Y en la orilla diestra que su arroyo surcó alzó al viento los lienzos que ayer bañasen las lágrimas de quien volvía a exprimirlas desde la dicha que al amor enciende. Aquel atardecer, cuando todas las dudas fueron disipadas, cuando la entrega firmó el pacto regresó a su cuarto. Se miró en el espejo y el sonriente rostro fue borrando los nombres de aquellos a quienes tanto entregó  y  que tanto la hirieron. Sabía que el alma había sido raptada definitivamente por quien la casualidad trajo ante ésta, que dispuesta estaba a no dejarse vencer de nuevo por temor a ser herida.

 

Jesús(defrijan)

 

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