Herida
Fue de tal modo que tejió para sí la invisible túnica de la
desconfianza. Creció entre las imaginaciones en las que la vileza no tenía
cabida ni sentido y todo era sentido real desde la ilusión no llevada a cabo.
Pasaron por ella las etapas como meros pentagramas en los que diseminar notas
de melodías aún no compuestas para la que se soñaba destinataria de las mismas.
Era la viva expresión que la calma tomó como modelo y sobre ella cabalgó en pos
de realidades venideras. Se entregó como sólo sabe entregarse la generosidad
nacida de la reciprocidad y se creyó dichosa. Poco a poco el otoño se abrió
camino sin haber sido invitado y el sentido de vuelta embarró a sus remites. La
acomodaticia convivencia alzó la valla de lo ya sabido como muestra de no necesidad
de promesas renovadas. Se dejó llevar al incierto presagio del fin y dejó de
poner impedimentos a que así fuese. Decepcionada de tantos y herida por todos
vegetaba en el gris; y de pronto apareció. A modo de recompensa le llegó lo que
consideró irreal por fuera de sitio y fuera de lugar. Abrió sus ventanales
mínimamente para que la decepción no volviese a acomodarse por compañera y día
a día el goteo incesante de muestras verídicas le trajo la confianza que creyó
ausente. Empezó a reír como hacía tiempo que no reía; a disfrutar de las noches
en la que los sueños se hacían reales; a contar las horas para descontar las
horas; a volver a amar. Sí, a amar, por más que se hubiese jurado exiliar al olvido al verbo que le pertenecía.
Supo que las realidades realizaban en paralelo las realidades que la hacían
feliz. Y en ello basó su devenir. Temía tanto al propio temor que de cuando en
cuando la concha protectora le ofrecía reclusiones en las que cobijar falsas
seguridades. Se dio por ganada en su lucha definitivamente. Y en la orilla
diestra que su arroyo surcó alzó al viento los lienzos que ayer bañasen las
lágrimas de quien volvía a exprimirlas desde la dicha que al amor enciende.
Aquel atardecer, cuando todas las dudas fueron disipadas, cuando la entrega firmó
el pacto regresó a su cuarto. Se miró en el espejo y el sonriente rostro fue
borrando los nombres de aquellos a quienes tanto entregó y que
tanto la hirieron. Sabía que el alma había sido raptada definitivamente por
quien la casualidad trajo ante ésta, que dispuesta estaba a no dejarse vencer
de nuevo por temor a ser herida.
Jesús(defrijan)
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