miércoles, 17 de septiembre de 2014


      Se Vende

Siempre que la actualidad saca a la luz las penurias, aparecen como nidos no solicitados los carteles con ese lema en los balcones. Normalmente sus colores llamativos buscan precisamente eso, llamar la atención del posible comprador, mientras el teléfono al pie marca la dirección correcta a la que encaminarse. Allá contestarán los motivos sobre tal decisión y el acuerdo fructificará o no en base a la oferta y la demanda. Hasta aquí nada nuevo que añadir a lo ya sabido. Pero quizás el letrero, por escueto, intenta ocultar más de lo que en sí la vivienda acarrea. Vende edificio pero con él vende vivencias ajenas. Allí, tras sus paredes se trazó el abanico de emociones que toda vivienda contempla. Allí, tras las forjas y argamasas,  se fueron cocinando ilusiones en las llamas de las esperanzas que el rótulo clausura. Nada es eterno pero todo comenzó con la esperanza de serlo y aquí finaliza.  Las sombras cobran vida y se tiñen de tristezas cuando los boabdiles de turno rinden las llaves a la necesidad, al desuso, a la lejanía. Sé que el dolor nacido de la llaga dejará una cicatriz que será incomprensible para quienes no arraigaron. Puede que por eso mismo, sintamos menos dolor al deshacernos de un nido vertical, de un palomar con numeraciones ordenadas, que cuando nos desprendemos de lo que fue nuestra vivienda a pie de calle. En su acera crecimos y por sus luces transitamos tantas veces que no sabríamos orientarnos hacia otra dirección. Así nos escudamos colgando  retratos ancestrales como anclajes de vida. Cada grieta que se hace presente se convierte en la vena por la que nuestra sangre transita y acudimos a paliar el daño. Adaptamos las mejoras en base a la comodidad sin perder de vista la idea primigenia de quien  nos la diseñó a futuro. Seguimos el legado como testaferros de un ayer a transmitir y en ese deseo vivimos inmersos. El polvo en su deseo de posarse es rechazado por la armadura de los lienzos que cubren los enseres mientras estamos ausentes. Batimos ventanas para orear las esperas y certificar nuestra vuelta. Y tantas y tantas cosas más que sería prolijo añadir al cesto de la existencia. Por eso, pido al destino que me evite  en lo posible pasar por ese trance de tender  el cartel. Supongo, es más, estoy convencido, de que el dinero a percibir no lograría compensar el dolor que supondría poner precio a parte de mi  vida.  Seguiría viviendo pero llevaría sobre mis  espaldas  el letrero luminoso de la tristeza y ésta, aunque parezca lo contrario, no se vende, ni se regala, ni se acepta, más allá de la compasión que provoca.    

 

 

 Jesús(http://defrijan.bubok.es)

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