Se
Vende
Siempre que la actualidad saca a
la luz las penurias, aparecen como nidos no solicitados los carteles con ese
lema en los balcones. Normalmente sus colores llamativos buscan precisamente
eso, llamar la atención del posible comprador, mientras el teléfono al pie
marca la dirección correcta a la que encaminarse. Allá contestarán los motivos
sobre tal decisión y el acuerdo fructificará o no en base a la oferta y la
demanda. Hasta aquí nada nuevo que añadir a lo ya sabido. Pero quizás el
letrero, por escueto, intenta ocultar más de lo que en sí la vivienda acarrea.
Vende edificio pero con él vende vivencias ajenas. Allí, tras sus paredes se
trazó el abanico de emociones que toda vivienda contempla. Allí, tras las
forjas y argamasas, se fueron cocinando
ilusiones en las llamas de las esperanzas que el rótulo clausura. Nada es
eterno pero todo comenzó con la esperanza de serlo y aquí finaliza. Las sombras cobran vida y se tiñen de
tristezas cuando los boabdiles de turno rinden las llaves a la necesidad, al
desuso, a la lejanía. Sé que el dolor nacido de la llaga dejará una cicatriz
que será incomprensible para quienes no arraigaron. Puede que por eso mismo,
sintamos menos dolor al deshacernos de un nido vertical, de un palomar con
numeraciones ordenadas, que cuando nos desprendemos de lo que fue nuestra
vivienda a pie de calle. En su acera crecimos y por sus luces transitamos
tantas veces que no sabríamos orientarnos hacia otra dirección. Así nos
escudamos colgando retratos ancestrales
como anclajes de vida. Cada grieta que se hace presente se convierte en la vena
por la que nuestra sangre transita y acudimos a paliar el daño. Adaptamos las
mejoras en base a la comodidad sin perder de vista la idea primigenia de
quien nos la diseñó a futuro. Seguimos
el legado como testaferros de un ayer a transmitir y en ese deseo vivimos
inmersos. El polvo en su deseo de posarse es rechazado por la armadura de los
lienzos que cubren los enseres mientras estamos ausentes. Batimos ventanas para
orear las esperas y certificar nuestra vuelta. Y tantas y tantas cosas más que
sería prolijo añadir al cesto de la existencia. Por eso, pido al destino que me
evite en lo posible pasar por ese trance
de tender el cartel. Supongo, es más,
estoy convencido, de que el dinero a percibir no lograría compensar el dolor
que supondría poner precio a parte de mi
vida. Seguiría viviendo pero llevaría
sobre mis espaldas el letrero luminoso de la tristeza y ésta,
aunque parezca lo contrario, no se vende, ni se regala, ni se acepta, más allá
de la compasión que provoca.
Jesús(http://defrijan.bubok.es)
No hay comentarios:
Publicar un comentario