domingo, 21 de septiembre de 2014


 De mutuo desacuerdo

Así  reza el título de la obra teatral que anoche nos proporcionó  noventa minutos de comedia. Típico enredo entre una pareja de recién divorciados con sus idas y venidas  entre pasados y futuros. Agridulce como todas las que buscan afinidades desde el patio de butacas zigzagueando entre la risa y la tristeza. Más o menos, por ahí  iba el argumento y mi recomendación  de asistir a la representación es palpable. Pero esa no fue la auténtica obra que mis ojos presenciaron anoche. Justo delante de nosotros, una pareja de unos treinta años ocupó sus localidades. Él con gafas y una incipiente calva transmitía la parsimonia del  tranquilo ser que se deja mecer por la vida. Pinta de intelectual alternativo que posiblemente acumule un currículo extenso a la espera del generoso empleo que nunca llega del todo. Atento a los movimientos de ella en todo momento, mientras las luces atrasaban su apagado, la miraba displicente, como todo ser enamorado es. Y no me extraña. Ella, con pelo cortado a lo garçon, desde la menudencia de su torso era la viva imagen de la inquietud feliz. El puro movimiento de la dicha le hacía posar para una foto en común, lanzarle una sonrisa, pasarle el brazo por sus hombros, acurrucarse en su pecho. Una vivaracha que lograba despertar la mirada de él y la sonrisa cómplice que nacía de la fila posterior. Lejos de ella anidaba la desesperanza o el desconsuelo. No paraba de acicalar muestras de cariño como sólo los enamorados de verdad son capaces de expandir. Y él, se dejaba mimar, desde la prudencia que marca el recato. Por unos segundos  miré hacia atrás y descubrí decenas de miradas envidiosas, cómplices, recordadas desde los terciopelos de las butacas que sumaron años y perdieron espontaneidades. Poco importó que las luces del escenario emergiesen a la bahía agridulce del conflicto de pareja.  Abajo, en el verdadero escenario, esta vez a oscuras, la representación alegre del amor había sido escenificada en los minutos previos a la función. Quedó patente, para quien quiso cerciorarse, la  importancia de no dejar en el baúl de la apatía todos aquellos ingredientes que lo fueron configurando. Estoy convencido que a la salida, cuando la pregunta girase en torno a si había gustado la obra, más de uno diría que sí a su pareja, que dos magníficos actores interpretaron como pocos el papel que la alegría de quererse les había adjudicado. Quizás entonces dejarían de estar en mutuo desacuerdo.  

 Jesús(http://defrijan.bubok.es)

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