De mutuo desacuerdo
Así reza el título de la obra teatral que anoche
nos proporcionó noventa minutos de
comedia. Típico enredo entre una pareja de recién divorciados con sus idas y
venidas entre pasados y futuros. Agridulce
como todas las que buscan afinidades desde el patio de butacas zigzagueando
entre la risa y la tristeza. Más o menos, por ahí iba el argumento y mi recomendación de asistir a la representación es palpable. Pero
esa no fue la auténtica obra que mis ojos presenciaron anoche. Justo delante de
nosotros, una pareja de unos treinta años ocupó sus localidades. Él con gafas y
una incipiente calva transmitía la parsimonia del tranquilo ser que se deja mecer por la vida. Pinta
de intelectual alternativo que posiblemente acumule un currículo extenso a la
espera del generoso empleo que nunca llega del todo. Atento a los movimientos
de ella en todo momento, mientras las luces atrasaban su apagado, la miraba
displicente, como todo ser enamorado es. Y no me extraña. Ella, con pelo cortado
a lo garçon, desde la menudencia de su torso era la viva imagen de la inquietud
feliz. El puro movimiento de la dicha le hacía posar para una foto en común,
lanzarle una sonrisa, pasarle el brazo por sus hombros, acurrucarse en su
pecho. Una vivaracha que lograba despertar la mirada de él y la sonrisa cómplice
que nacía de la fila posterior. Lejos de ella anidaba la desesperanza o el
desconsuelo. No paraba de acicalar muestras de cariño como sólo los enamorados
de verdad son capaces de expandir. Y él, se dejaba mimar, desde la prudencia que
marca el recato. Por unos segundos miré
hacia atrás y descubrí decenas de miradas envidiosas, cómplices, recordadas
desde los terciopelos de las butacas que sumaron años y perdieron
espontaneidades. Poco importó que las luces del escenario emergiesen a la bahía
agridulce del conflicto de pareja. Abajo,
en el verdadero escenario, esta vez a oscuras, la representación alegre del
amor había sido escenificada en los minutos previos a la función. Quedó patente,
para quien quiso cerciorarse, la
importancia de no dejar en el baúl de la apatía todos aquellos
ingredientes que lo fueron configurando. Estoy convencido que a la salida,
cuando la pregunta girase en torno a si había gustado la obra, más de uno diría
que sí a su pareja, que dos magníficos actores interpretaron como pocos el
papel que la alegría de quererse les había adjudicado. Quizás entonces dejarían
de estar en mutuo desacuerdo.
Jesús(http://defrijan.bubok.es)
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