La
complejidad de lo simple
Nos empeñamos en rizar rizos
innecesariamente y caemos en la trampa de no ver lo naturales que
resultan. Tal avalancha de doctos en la
materia ha aparecido que no deja de sorprenderme la ignorancia en la que he
vivido todos estos años. Me refiero, concretamente, a la pujanza del oficio de chef y, a la par,
la de barman entendido. El primero emerge desde el más impoluto de los
delantales para demostrarnos la redención que viene de su mano ante nuestra
nula sapiencia gastronómica. Ahí se explayará con todo tipo de instrumentos más
propios de laboratorio entre los que emergerán los caldos, asados, condumios en
definitiva, descendidos directamente de
los cielos. Nos harán comulgar bajo la amenaza de purgarnos a eternidad en la
ignorancia que el buen yantar nos escatimó.
Negaremos la mayor para no pecar de ignorantes y daremos por buena la
mesa ofrecida y convenientemente pagada. Lo importante será el hecho de poder
colgarte la medalla de haber sido admitido en el selecto club de los gourmets
como si la tabla redonda del Arturo entendido la hubieses completado tú. Ya no entraré en detalles de
si el hambre desapareció o no; eso es lo de menos. Lo crucial está en el hecho
de haber compartido carta con el rey del fogón, emperador de alacenas,
pontífice del vaticano candelario. Y si el bolsillo ha resistido los primeros
asaltos, reemprenderemos el camino hacia los cócteles. Y ahí sí que toparemos
con el racimo de entendidos en la materia. Aún estoy por descubrir a alguien
que haya admitido como magnífico un gintónic
no preparado por él. Las
múltiples combinaciones sobre el matraz de la ginebra volvería majara a
cualquier camarero al uso al serle incapaz
el memorizar tanta variedad. El dignísimo combinado se acaba convirtiendo en
una piscina plagada de bolitas, rodajas, peladuras, hojitas, que más semejan
las fuentes del Nilo que una bebida digestiva a mayor gloria del Imperio
Británico. El enebro sigue preguntándose desde sus raíces si de verdad es tan
complicado como nos hemos empeñado en hacerlo. Y no obtendrá respuesta. Lo chic
se ha impuesto camuflando la más absoluta gilipollez que gaznates conocieran.
No se trata de volver a la simpleza de los que nos acompañaron en nuestra
juventud. Se trata más bien de recobrar la cordura y dejarse de filigranas que
oculten el sabor. No hace mucho me enteré que un local había conseguido el
primer premio en preparación de tan espirituosa mezcla. Al leerlo, la acidez
del estómago volvió a mí al recordar como aquella noche casi me provocan una
úlcera con uno de sus méritos servidos. Así que si puedo, a partir de hoy,
regresará a la simpleza de la mesa y barra aunque me exponga a ser tomado como ignorante de las virtudes que
encierran otras manos más expertas cubiertas por los invisibles guantes de la
estupidez.
Jesús(http://defrijan.bubok.es)
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