lunes, 22 de septiembre de 2014


      La complejidad de lo simple

Nos empeñamos en rizar rizos innecesariamente y caemos en la trampa de no ver lo naturales que resultan.  Tal avalancha de doctos en la materia ha aparecido que no deja de sorprenderme la ignorancia en la que he vivido todos estos años. Me refiero, concretamente,  a la pujanza del oficio de chef y,  a la par,  la de barman entendido. El primero emerge desde el más impoluto de los delantales para demostrarnos la redención que viene de su mano ante nuestra nula sapiencia gastronómica. Ahí se explayará con todo tipo de instrumentos más propios de laboratorio entre los que emergerán los caldos, asados, condumios en definitiva,  descendidos directamente de los cielos. Nos harán comulgar bajo la amenaza de purgarnos a eternidad en la ignorancia que el buen yantar nos escatimó.  Negaremos la mayor para no pecar de ignorantes y daremos por buena la mesa ofrecida y convenientemente pagada. Lo importante será el hecho de poder colgarte la medalla de haber sido admitido en el selecto club de los gourmets como si la tabla redonda del Arturo entendido la hubieses  completado tú. Ya no entraré en detalles de si el hambre desapareció o no; eso es lo de menos. Lo crucial está en el hecho de haber compartido carta con el rey del fogón, emperador de alacenas, pontífice del vaticano candelario. Y si el bolsillo ha resistido los primeros asaltos, reemprenderemos el camino hacia los cócteles. Y ahí sí que toparemos con el racimo de entendidos en la materia. Aún estoy por descubrir a alguien que haya admitido como magnífico un gintónic  no preparado por él.  Las múltiples combinaciones sobre el matraz de la ginebra volvería majara a cualquier camarero al uso  al serle incapaz el memorizar tanta variedad. El dignísimo combinado se acaba convirtiendo en una piscina plagada de bolitas, rodajas, peladuras, hojitas, que más semejan las fuentes del Nilo que una bebida digestiva a mayor gloria del Imperio Británico. El enebro sigue preguntándose desde sus raíces si de verdad es tan complicado como nos hemos empeñado en hacerlo. Y no obtendrá respuesta. Lo chic se ha impuesto camuflando la más absoluta gilipollez que gaznates conocieran. No se trata de volver a la simpleza de los que nos acompañaron en nuestra juventud. Se trata más bien de recobrar la cordura y dejarse de filigranas que oculten el sabor. No hace mucho me enteré que un local había conseguido el primer premio en preparación de tan espirituosa mezcla. Al leerlo, la acidez del estómago volvió a mí al recordar como aquella noche casi me provocan una úlcera con uno de sus méritos servidos. Así que si puedo, a partir de hoy, regresará a la simpleza de la mesa y barra aunque me exponga a ser  tomado como ignorante de las virtudes que encierran otras manos más expertas cubiertas por los invisibles guantes de la estupidez.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario