jueves, 25 de septiembre de 2014


     Las heridas no curadas

La tarde se deslizó entre los ocasos que la obligatoriedad exige y fueron a coincidir desde la atalaya fluvial que alfombraba su vista. Había complicidad entre las diferencias manifiestas que la edad emboza tras las sonrisas. Allí se percibían ansias por desahogos que cegaban almas heridas con el filo más cortante que el desamor procura. Había dolor mal disimulado desde el raciocino absurdo que la juventud expone a los vientos caprichosos saeteados por Cupido. Podía percibirse el sangrante  flujo que manaba de  sus palabras y la compasión empujaba para hacerse un hueco. Era baldío el esfuerzo de uno por procurar consuelo a quien únicamente era capaz de conseguirlo desde el recuerdo esperanzado de la vuelta. Y mientras los argumentos adultos salían en defensa del daño, a medida que el estrado oscurecía al día, a modo de venganza, regresaron lo que creyó enterrados el que se togó de consejero. Oyó de nuevo hablar al dolor por boca ajena y las tornas fueron cambiando, los consejos diluyéndose, la verdad saliendo a flote. Se estaba desmoronando la muralla que uno hacía tiempo erigió sobre su castillo de falsa dureza. Intentó que no se le notase, y por más giros que procuró la ironía, el luto olvidado volvía a él. Torpe, dejó de pronunciar lo falso. Ni siquiera los sucesivos trasiegos del lúpulo lograron redimir a quienes se habían reunido desde la alegría y vagaban por la tristeza. Pasaron de repudiar  a reconocer que eran incapaces de negarse a sí mismos la grandeza que supone el reconocimiento de la derrota ante el ayer que se hizo presente. Callaron. Y sólo cuando las mejillas intentaban contener el paso de las salinas que de sus ojos brotaban, tuvieron la certeza de que aquellas, tan distantes en los años, tan próximas en el recuerdo, eran las auténticas perdedoras que les dejaron marchar. Desde la distancia que la noche les ofreció surgió el consuelo de saber que otros heridos quizá sintieron soledades que siguen sin cicatrizar por no haber tenido la suerte de coincidir en el remanso de la tarde cuando se viste de grises.     

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