Las heridas no curadas
La
tarde se deslizó entre los ocasos que la obligatoriedad exige y fueron a
coincidir desde la atalaya fluvial que alfombraba su vista. Había complicidad
entre las diferencias manifiestas que la edad emboza tras las sonrisas. Allí se
percibían ansias por desahogos que cegaban almas heridas con el filo más
cortante que el desamor procura. Había dolor mal disimulado desde el raciocino
absurdo que la juventud expone a los vientos caprichosos saeteados por Cupido.
Podía percibirse el sangrante flujo que
manaba de sus palabras y la compasión
empujaba para hacerse un hueco. Era baldío el esfuerzo de uno por procurar
consuelo a quien únicamente era capaz de conseguirlo desde el recuerdo
esperanzado de la vuelta. Y mientras los argumentos adultos salían en defensa
del daño, a medida que el estrado oscurecía al día, a modo de venganza, regresaron
lo que creyó enterrados el que se togó de consejero. Oyó de nuevo hablar al
dolor por boca ajena y las tornas fueron cambiando, los consejos diluyéndose,
la verdad saliendo a flote. Se estaba desmoronando la muralla que uno hacía
tiempo erigió sobre su castillo de falsa dureza. Intentó que no se le notase, y
por más giros que procuró la ironía, el luto olvidado volvía a él. Torpe, dejó
de pronunciar lo falso. Ni siquiera los sucesivos trasiegos del lúpulo lograron
redimir a quienes se habían reunido desde la alegría y vagaban por la tristeza.
Pasaron de repudiar a reconocer que eran
incapaces de negarse a sí mismos la grandeza que supone el reconocimiento de la
derrota ante el ayer que se hizo presente. Callaron. Y sólo cuando las mejillas
intentaban contener el paso de las salinas que de sus ojos brotaban, tuvieron
la certeza de que aquellas, tan distantes en los años, tan próximas en el
recuerdo, eran las auténticas perdedoras que les dejaron marchar. Desde la
distancia que la noche les ofreció surgió el consuelo de saber que otros
heridos quizá sintieron soledades que siguen sin cicatrizar por no haber tenido
la suerte de coincidir en el remanso de la tarde cuando se viste de grises.
Jesús (http://defrijan.bubok.es)
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