jueves, 11 de septiembre de 2014


     La tumbas ignoradas

Lejos del dolor inconsolable por la muerte de un ser querido, suele ser  frecuente la visita al cementerio allá que la tarde toma forma. La cuesta no demasiado empinada se suma al regocijo de las vistas y así, el constante peregrinar,  convierte a la cuesta de las eras hacia la cruz en un paseo más que apetecible. Tras las tapias añejas y nuevas reposan aquellos que testificaron su existencia anterior y en  aras al culto y a la tradición cohabitan ordenadamente en el silencio del cemento. Pero por más que mis pasos se encaminen a la dirección planificada en la que depositar rezos y flores, no dejo de sentir cierta tristeza al contemplar los restos de tumbas sobre el suelo inmune a su deterioro. Sí, las lluvias, los fríos, contribuyen a tal estado, a tal oxidación de las cruces, a tal olvido. Porque en muchas de ellas, este es el epitafio que reza sin letra alguna. El olvido, o quizás el abandono involuntario a la suerte de los años, contribuye a que con el paso de los mismos, la tierra olvide a quien se sirvió de ella para transitar al más allá. A su lado, o sobre ella, se erigieron edificaciones a modo y manera de las viviendas vivas y el suelo quedó reducido a la nada. Y en él, sus ocupantes. Con un poco de suerte, llegada la fecha del recordatorio, alguna flor buscará destinatarios que encontrará más o menos fácilmente. Mientras, en un hálito de resurrección justo, quizás los difuntos térreos miren a los cielos pidiendo explicación ante tal abandono. Si fue por cuestiones económicas, la pena se sumará a su penitencia y seguro que la conmuta. Si fue por desidia, olvido o pereza de los suyos, la penitencia cambiará de espaldas y deberá recaer sobre éstos. Sea como fuere y a sabiendas de que en algún caso no les hará falta, les dedicaré una oración la próxima vez que vuelva a seguir la caída de la tarde desde el cerro de Santa Quiteria. Ellos ya decidirán si la quieren o no mientras desde la arcilla que les cubre siguen pidiendo como flores el recuerdo de su paso. En todo caso, por si alguno se anticipa, le recomiendo que sean flores naturales, porque nada hay más natural que morirse después de nacer, después de vivir, después de soñar con que la tuya no sea una de las tumbas ignoradas que sucumben en el olvido.

 

 Jesús(http://defrijan.bubok.es)

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