viernes, 26 de septiembre de 2014


     Retroceso

Alguna vez la sentencia apareció de los labios de aquellos a los que considerábamos de vuelta de todo.  A modo de advertencia repicaban el consabido deseo de saber de joven lo que se sabía de mayor para evitar con ello la comisión de errores.  Y puede que no les faltase razón en tal argumento. Y ahora que ya me siento situado en la orilla que divisaba de frente reconozco que la tenían y a la vez me niego a darle validez. ¿Qué tipo de vida sería aquella que partiese de la seguridad? ¿No sería una vida, por sabida, gris y anodina? Creo que sí, y por lo tanto renuncio de entrada a adoctrinar al efecto a nadie, ni siquiera a mí mismo. Es tan breve el tránsito vital que por lo menos merece el privilegio de la sorpresa, para alegrarse con los aciertos y aplicarse el ungüento de la comprensión con los errores. Porque no nos negaremos que la atracción de cometerlos es sumamente tentadora y solamente el límite lo ha de poner el daño a evitar al cercano a  nosotros. Errar a sabiendas es un acto absolutamente anárquico y por lo tanto perdonable. Demasiadas cortapisas nos ofrece la vulgaridad como para aceptar las nacidas de nosotros mismos. ¿O no son admirables aquellos que a ojos de los demás parecen ancianos dementes por importarles un pimiento el qué dirán? Compartir con ellos el placer de saltarse las prohibiciones médicas les debe desencadenar  un delirium tremens como venganza hacia los años cumplidos. Rechazar las prescripciones de los facultativos que abogan por alargar la vida desde el sedentarismo sometido, es un acto supremo de vanguardia juvenil que  resulta plausible. Verles escanciar cervezas o prender puros como si fuesen los novios de la boda,  no me negaréis que no es conmovedor. Han mandado al trastero de lo conveniente lo que sin duda menos les convenía, la tristeza. Y así ha de ser. Quizás si desde los despachos en los que los recortadores presupuestarios menudean los recursos  se fijasen en esta opción, a todos nos iría mucho mejor. De cualquier forma, pidamos a los que nos han de suceder en el tiempo, que consideren esta baza, para aplicársela a posteriori. Con un poco de suerte asumirán que el retroceso a una forma de vida anterior no se puede llevar a cabo desde la prohibición de los gozos  más primitivos y deseables, por más que el colesterol, la tensión arterial, el azúcar, las hernias y toda la retahíla de penitentes vestidos de negro, se empeñen.   

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