Retroceso
Alguna vez la sentencia apareció
de los labios de aquellos a los que considerábamos de vuelta de todo. A modo de advertencia repicaban el consabido
deseo de saber de joven lo que se sabía de mayor para evitar con ello la
comisión de errores. Y puede que no les
faltase razón en tal argumento. Y ahora que ya me siento situado en la orilla
que divisaba de frente reconozco que la tenían y a la vez me niego a darle
validez. ¿Qué tipo de vida sería aquella que partiese de la seguridad? ¿No
sería una vida, por sabida, gris y anodina? Creo que sí, y por lo tanto
renuncio de entrada a adoctrinar al efecto a nadie, ni siquiera a mí mismo. Es
tan breve el tránsito vital que por lo menos merece el privilegio de la
sorpresa, para alegrarse con los aciertos y aplicarse el ungüento de la
comprensión con los errores. Porque no nos negaremos que la atracción de
cometerlos es sumamente tentadora y solamente el límite lo ha de poner el daño
a evitar al cercano a nosotros. Errar a
sabiendas es un acto absolutamente anárquico y por lo tanto perdonable.
Demasiadas cortapisas nos ofrece la vulgaridad como para aceptar las nacidas de
nosotros mismos. ¿O no son admirables aquellos que a ojos de los demás parecen
ancianos dementes por importarles un pimiento el qué dirán? Compartir con ellos
el placer de saltarse las prohibiciones médicas les debe desencadenar un delirium tremens como venganza hacia los
años cumplidos. Rechazar las prescripciones de los facultativos que abogan por
alargar la vida desde el sedentarismo sometido, es un acto supremo de
vanguardia juvenil que resulta
plausible. Verles escanciar cervezas o prender puros como si fuesen los novios
de la boda, no me negaréis que no es
conmovedor. Han mandado al trastero de lo conveniente lo que sin duda menos les
convenía, la tristeza. Y así ha de ser. Quizás si desde los despachos en los
que los recortadores presupuestarios menudean los recursos se fijasen en esta opción, a todos nos iría
mucho mejor. De cualquier forma, pidamos a los que nos han de suceder en el
tiempo, que consideren esta baza, para aplicársela a posteriori. Con un poco de
suerte asumirán que el retroceso a una forma de vida anterior no se puede
llevar a cabo desde la prohibición de los gozos
más primitivos y deseables, por más que el colesterol, la tensión
arterial, el azúcar, las hernias y toda la retahíla de penitentes vestidos de
negro, se empeñen.
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