lunes, 29 de septiembre de 2014


      La foto

Apareció en el mismo momento en el que los álbumes impresos se habían quedado obsoletos. En pos de una reducción de espacios había decidido trasladarlos al rincón último, del último hueco, del último armario. No era consciente de que de dentro nació la necesidad de dar carpetazo a los años previos en los que se fueron configurando los actuales. Había seguido el consejo y almacenaría en bytes lo que tanto estorbaba. O eso creía. De modo que la película musicada de sus instantáneas estaría servicial a su requerimiento en el momento en que desde el mando a distancia dirigiese su obra a una primigenia visión. El escaneo le había pasado factura y el estreno aguardaba impaciente. Esa noche, explicaría a quien quisiera oírla, quienes eran aquellos que mudos aparecían como intérpretes de una vida que años ha permitió  compartirles. Llegó la noche y tras las luces apagar de la cotidianeidad tomaron asiento. Ella, maestra de ceremonias, reemprendía su vuelta atrás como directora de emociones tantos años encuadernadas en revelados de nueve por quince. La música iba abriendo el camino, y tras los textos añadidos a modo de intrusos del tiempo, los escalones de su existencia se deslizaban ante sus ojos. Iba explicando lo que la emoción rememoraba y los suyos se fueron sintiendo cómplices de la alegría que emanaba por doquier.  Pasaron treinta minutos en la intensidad alegre del regreso, y  a punto de dar por concluida la sesión, mientras las risas aplaudían complacidas, su rostro rejuveneció. En una de ellas, casi como por casualidad, volvió a aparecer aquel  rostro. Aquel de quien nunca supo más allá de lo que su timidez cobijaba en el plano secundario del ignorado extra posante. Aquel a quien pocas veces prestase atención quien se erigió como diosa inalcanzable para todos. Aquel que fue componiendo bocetos con el carboncillo que la ignorancia no supo apreciar ni siquiera al ser esparcidos como migajas en el camino de la amistad. Vagamente, recuperó la memoria de sus gestos y decidió prenderse de las escasas briznas que su recuerdo le ofrecía. Comenzó a entender lo que tanto tiempo hubo ignorado y los ayeres dictaron a su antojo. Soledades en compañía, alegrías fingidas y sinceridades emparedadas tuvieron la compasión de deshacerse de la túnica de la recriminación y la dejaron reconciliarse consigo misma. Ella, a la que siempre marcaron un camino por el que ascender, acababa de convertirse en la Beatriz más triste  que visitase su propio infierno de  la mano del dantesco regreso. Lloró desconsolada al pagar la luz. Todos creyeron que la emoción de la obra la había sobrepasado. Allá, soportando el peso de los álbumes, en el último rincón, del último hueco, del último armario, dormía un boceto que la compadecía en silencio. 
 
Jesús(http;defrijan.bubok.es)     

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