viernes, 12 de septiembre de 2014


      El banquero

Al hilo del fallecimiento de Botín, tras el pésame incógnito a los allegados, regresan a mi memoria las miles de anécdotas que viví entre los bancos y mi padre. Éste fue corresponsal de dos de ellos con lo que esta tarea suponía de esfuerzo y dedicación. Tiempos en los que los ahorros se depositaban en una entidad que para la mayoría de los vecinos no era otra sucursal que mi propia casa. Allí depositaban el dinero que mi padre ingresaba en sus respectivas cuentas liquidando convenientemente los intereses llegado el  plazo. Firmas de huellas dactilares acompañadas de testigos que daban fe de las transacciones quedaron impresas en las múltiples copias de papel de calco que acumularon archivadores en los estantes.   Así año tras año dando muestras de eficacia y honradez basada en la lealtad al cercano.  Por eso, aquella vez en la que, tras ser  representante de dos de los más importantes, solicitó corresponsalía a un tercero, no dejó de sorprenderle el hecho de que éste último banco adujese falta de categoría en mi progenitor para representarles. Pasaron los meses, y viendo el nivel de clientes que gracias a su labor sumaba la competencia, recibió una carta en la que se retractaban de la decisión anterior y aceptaban su solicitud. Obviamente, les contestó. Y en  la respuesta dejaba claro que quizás no habían valorado la posibilidad de que la categoría del banco no fuese suficiente para ser representados por él.  Órdago orgulloso que propició la visita en persona de los gerifaltes conquenses que al runrún del dinero acudieron a convencerlo a mi casa. Una vez aceptadas las condiciones, éstos pasaron a ser representados y con el tiempo, esta entidad, de las más valoradas. Entrar en detalles como las advertencias ante Sofico (ver hemerotecas) a los vecinos  seducidos por sublimes intereses, reembolsar billetes a quien no los había contado convenientemente y entregaba en exceso ( ¿verdad, Florentina?) , cumplir con puntualidad extrema con los plazos de liquidación, no son más que una muestra de lo que la decencia promulgaba desterrando al engaño o a la codicia. Por si esto fuese insuficiente, renunció a un futuro y seguro puesto de director de la oficina que la Caja de Ahorros  inauguró en Enguídanos.  El argumento que utilizó, aún hoy suena a quijotesco. No aceptaría llevarse los clientes de los bancos que le otorgaron corresponsalía por más halagüeña que fuese la contraprestación. Pagó la fidelidad con su palabra. Por eso, caso de que coincidan en el más allá, tenga cuidado con la propuesta que le hace, señor Botín. Igual le sorprende que quien está parapetado detrás de la Olivetti le exige como avales algo que quizás le suena a extraño: Honradez     

Jesús(http://defrijan.bubok.es)

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