1.
Los versos del piano
Todas las tardes el ritual
repetía, lo repetía. Aquella mesa de mármol pulido del rincón en
penumbra lo había acogido como pródigo matutino que regresaba al calor dela
tarde cargado con un cuaderno sencillo y un lápiz afilado de esperanzas. El
guion surgía improvisado en el momento en el que su mirada barría la sala a la
que turbaba la paz el griterío de los niños recién liberados de sus pupitres.
Esa espoleta de salida tumultuosa se ofrecía como reloj de arena ante la
premura del nacimiento de unos nuevos versos. El café no pedido pero servido se
sumaba al rutinario ritual y todo comenzaba a tener sentido. Las pausas
rítmicas de los versos encadenaban las pinzas con las que el tendedor de blanco se iba vistiendo. Los guiños de las
fotografías anónimas de las paredes parían historias que entre sus dedos
cobraban vida. Poco importaba la realidad de las mismas desde el momento en que
él las modelaba a su antojo. Así, los plácemes imaginarios que recibía ante
semejantes historias se fundían con los
posos del café sin acabar y frío dando
por válida la tarde que ya caía. Otro día, otra historia, otro sueño con el que
compartir la noche. Y mientras regresaba a su realidad, ese detalle con el que no contó, reclamó su
atención. En unos de los pasquines decoradores delas frías paredes, sin pedir
permiso, un torso de mujer deslizaba sus manos sobre el teclado receptivo. La
luz de su piel daba luz a la música que se adivinaba. La melodía navegaba entre
trazos blancos de oleajes negros. Allí se vivía la pasión contenida de la dama
que proyectaba desde sus falanges el rubor que al pudor sometía. La charla
vacía del resto del cuadro no contaba. Toda la etiqueta del boato de los
personajes era oropel vacuo que entorpecía la magia. Todo el resto era resto
que no significaba nada. Giró sus pasos ante el asombro de los habituales
desconcertados por el ritual no previsto. Tomó asiento de nuevo y dejándose
mecer por las notas compuso poemas sin descanso, sin reposo, sin paz. Ninguno
tenía el sabor que la imagen afirmaba y siendo incapaz de rasgar las hojas, fue
acumulando uno tras otro en un tiovivo sin fin de aplausos y reproches de sí
para sí. La búsqueda de la perfección en el homenaje le llevó por el camino de
la desesperación en la que aún vive. Todas las tardes, como de costumbre desde
hace años, vuelve a ocupar su puesto en el rincón de la mesa de mármol pulido;
vuelve a escuchar el griterío delos niños de aquellos que fueron niños; vuelve
a posar su mirada cansada en el torso albo que piana sus sueños; vuelve a
versar los compases de la melodía soñada que desde hace años robó para sí. Si
lo veis escribiendo, callad, dejad que termine su ilusión diaria por más que
veáis que el café hace tiempo que dejó de humear.
Jesús( defrijan)
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