viernes, 8 de mayo de 2015


El mundo de la raqueta

O quizás debería hacer extensivo el título a todo artilugio más o menos acomodado a la muñeca que espera a la consabida pelota. Ese misterioso deporte cuya finalidad consiste en golpear a una esfera peluda para hacerla brincar más allá de la frontera que la red determina. Ese divertimento que ha sufrido múltiples variaciones a lo largo de los años del practicante en proporción inversa a sus cualidades físicas o años cumplidos ha acabado en la susodicha modalidad llamada pádel.  Aunque sospecho que a nadie le suena a novedoso, remarcaré la idea principal del mismo. Consiste en jugar a tenis con pelotas de tenis en una cancha de minitenis acristalada, enrejada, descubierta al cielo y con pista de moqueta convenientemente salada. Si el afortunado diseñador es poco amante del mismo no caerá en la cuenta del movimiento de rotación térreo que originará la aparición inmisericorde del sol directo a los ojos a modo de dardo envenenado inevitable. Allí, las pupilas sometidas a la mayor de las torturas, bastante tendrán con acertar a ciegas con la trayectoria de la bola que les llegue del otro lado. Con un poco de suerte el cambio de campo propiciará que los contrarios se sientan cegados en su correspondiente turno y así sufrir el hándicap que minutos antes tomaban como excusa. Mientras tanto, el tanteo llevará la exactitud  tan inexacta como el escamoteo  de puntos decida contar el encargado de entre los cuatro. Habrá que tener especial cuidado en no resbalar con la lluvia de pelotas que se habrán diseminado a lo largo del verde a la espera de los riñones que decidan torturarse al acceder hasta ellas. Con algo de suerte, aquella bola que traspasó redes y alturas y calló lejos, será devuelta por el gentil viandante que no decida salir huyendo con ella. La rodillas pedirán árnica para soportar semejantes trotes y las muñecas que otrora se acostumbraron a la cuerdas sentirán que el suplicio del golpe seco quiere separarlas de los antebrazos.  No añadiré, para no desanimar a futuros, el bochorno consiguiente que padecerán aquellos componentes de la pareja perdedora. De nada servirán las reconfortantes caricias lupulares posteriores al encuentro, nada les provocará consuelo y las horas pendientes de la revancha semblarán años bisiestos. De cualquier modo, el amargo sabor de la victoria aparecerá en la mitad de la noche cuando seas incapaz de darle la vuelta a tu lacerado cuerpo en el colchón que ya no sabe cómo ponerse para evitar tus quejas. Así que, amigos míos, pensáoslo bien. Y caso de ser osados os recomiendo un compañero que corra por los dos, unos rivales que sepan que van a perder antes de empezar, una pista que tenga sombra permanente, varias docenas de pelotas para no andar en su búsqueda y un contador de tantos justo para dejar a las claras que nadie ganó. Ya lo celebraréis escanciando las cebadas como solo los amigos saben hacerlo.

 

Jesús(http://defrijan.bubok.es) 

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