La calva
Dicen que la ocasión así la presenta y será porque en ella
se vislumbran posibilidades que en medio del tupé se disimulan. Calvas que
aportan un plus de poderío a quien la
luce si lo hace elevando el mentón a modo mussoliniano para dejar constancia de la imposibilidad de
rebatir decisiones. Calvas que acaban
arrasando lo que ayer fuese una frondosa taiga en la que los folículos pilosos dan fe de tus genes ancestrales y con
ellos de la etapa de la vida en la que te encuentras. Calvas que antes de lucir
como tales empiezan a pespuntearse de
nieves en los cabellos que se resisten a la tala innegociable y que en algunas
ocasiones han sufrido el ataque inmisericorde del linimento regenerador a modo
de nitrato de Chile. Calvas que han visto surcadas sus líneas de Nazca con las
gominas esparcidoras de surcos entre esos simulacros de arrozales vietnamitas a
mayor gloria del disimulo. Algunas vieron crecer el atolón monástico coronando
hemisferios y algunas otras perpetuaron su color albo bajo las boinas de
aquellos curtidos antepasados. Calvas que en la actualidad anticipan su llegada
de manos del barbero de turno que decide darle la vuelta al rostro rasurando el
norte y acicalando el sur. Así los clones del doctor Jiménez del Oso proliferan
por doquier y en honor a él, aún sin saberlo, rinden homenaje a los misterios
inescrutables que precisan de visitas al subconsciente. De modo que empiezo a plantearme la posibilidad de
exterminio a lo poco que queda y aprovechar la moda arriesgando en la apuesta.
Queda poco de lo que alguna vez fue y por más empeño que se quiera poner al
final la razón se impone. Pienso que lo
mejor será dejar a la naturaleza manifestarse y en el mejor de los casos usar
esa era que nace en el cogote como hemisferio pulido al que abrillante el sol.
Correré el riesgo de fundición al que se someterán las ideas si sobrepaso el tiempo de cocción, pero quizá
con ello se cocinen mejor. Y caso de que sólo surjan estupideces del
pensamiento siempre podré culpar a la falta de protección natural. Igual es que
hemos dejado de recordar aquel axioma de morir como nacimos y a los cien todos
rasos. A lo que no renunciaré desde ya
mismo es al hecho de sonreír cada vez que alguien me repita aquello de que los
pocos que quedan trazaron un corazón sin yo saberlo. O me miraron con buenos
ojos o el pensamiento y el sentimiento se me unieron allá arriba sin darme
cuenta.
Jesús(http://defrijan.bubok.es)
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