miércoles, 27 de mayo de 2015


La calva

Dicen que la ocasión así la presenta y será porque en ella se vislumbran posibilidades que en medio del tupé se disimulan. Calvas que aportan un plus de poderío a quien  la luce si lo hace elevando el mentón a modo mussoliniano  para dejar constancia de la imposibilidad de rebatir decisiones.  Calvas que acaban arrasando lo que ayer fuese una frondosa taiga en la que los folículos  pilosos dan fe de tus genes ancestrales y con ellos de la etapa de la vida en la que te encuentras. Calvas que antes de lucir como tales empiezan a  pespuntearse de nieves en los cabellos que se resisten a la tala innegociable y que en algunas ocasiones han sufrido el ataque inmisericorde del linimento regenerador a modo de nitrato de Chile. Calvas que han visto surcadas sus líneas de Nazca con las gominas esparcidoras de surcos entre esos simulacros de arrozales vietnamitas a mayor gloria del disimulo. Algunas vieron crecer el atolón monástico coronando hemisferios y algunas otras perpetuaron su color albo bajo las boinas de aquellos curtidos antepasados. Calvas que en la actualidad anticipan su llegada de manos del barbero de turno que decide darle la vuelta al rostro rasurando el norte y acicalando el sur. Así los clones del doctor Jiménez del Oso proliferan por doquier y en honor a él, aún sin saberlo, rinden homenaje a los misterios inescrutables que precisan de visitas al subconsciente. De modo que  empiezo a plantearme la posibilidad de exterminio a lo poco que queda y aprovechar la moda arriesgando en la apuesta. Queda poco de lo que alguna vez fue y por más empeño que se quiera poner al final la razón se impone.  Pienso que lo mejor será dejar a la naturaleza manifestarse y en el mejor de los casos usar esa era que nace en el cogote como hemisferio pulido al que abrillante el sol. Correré el riesgo de fundición al que se someterán las ideas  si sobrepaso el tiempo de cocción, pero quizá con ello se cocinen mejor. Y caso de que sólo surjan estupideces del pensamiento siempre podré culpar a la falta de protección natural. Igual es que hemos dejado de recordar aquel axioma de morir como nacimos y a los cien todos rasos. A lo que no  renunciaré desde ya mismo es al hecho de sonreír cada vez que alguien me repita aquello de que los pocos que quedan trazaron un corazón sin yo saberlo. O me miraron con buenos ojos o el pensamiento y el sentimiento se me unieron allá arriba sin darme cuenta.  

Jesús(http://defrijan.bubok.es) 

 

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