Bienvenida
Fueron años de amores furtivos los que embarcaron pasiones.
Inconveniencias nacidas de distintas castas haciendo inviable la viabilidad de
las mismas y en ella culpabilizar
conciencias. No se sabe si fue el pulso de la costumbre o la cobardía de
enfrentarse a los hechos los que la llevaron a legar en manos ajenas al retoño
nacido. Supo que era niña y quiso soñarla con su mismo perfil desde el momento
en que el emisario obediente la sacó de casa. No pidió destino para quien estaba destinada a ser su prueba irrefutable
y en ello sobrevivió todos los años que empezaban a ser más cortos. Nadie le
contó que fue depositada bajo el olivo que aproximaba las vías a la estación que dos semejantes tomaron como hogar. Allí los juegos de niños
eran sonidos extraños por mor de la esterilidad que oficiaba de censora ante
los mismos. Lavandería de honores acabó por convertirse esa casa a la que llegó
el llanto del bebé proveniente del capazo que le moiseaba en la noche de Abril.
La primavera, en él, cobraba una dimensión
hasta hora común en otros nidos y foránea en este suyo. La recogieron,
cuidaron y respetaron como un don no pedido
pero sí soñado. Los trámites que dieron legalidad a la adopción no
supusieron escaleras de mármoles fríos con los que desalentar pisadas. Todos
los requisitos que la moral pedía fueron sobradamente cumplidos y aquella que
nació del repudio encontraba el hogar que otros muros le negaron.Así los años
transcurrieron y la paradoja convirtió
en erial lo que años atrás fue nido. No procreó y, llegado el momento, vino a ella el miedo senil de la soledad. El
camino jamás recorrido se ofreció como senda de perdón y auxilio de las canas.
Vistió sus galas e hizo acto de presencia. Ya no eran vías las que acotaban el
hogar, pero sí dos ancianos los que cuidaban del jardín en el que tres niños
correteaban. Llamó y con la curiosidad que acarrea la duda se presentó. Fue
relatando las circunstancias pasadas a la vez que suplicaba un hueco en el
presente que a pasos agigantados se hacía futuro. Y entonces apareció ella.
Escuchó absorta mientras la firmeza de la voz soberbia pedía comprensión y
auxilio para su conciencia. Movida por la compasión, la miró a los ojos. No
pudo soportar aquella mirada y cuando le preguntó por su nombre, esta le
respondió “Bienvenida; así lo quisieron
mis padres”. La soledad de la tarde
acompañó a su sombra mientras a lo
lejos, tan lejos como suele llegar el dolor, se oyó el silbato del último tren
que reemprendía su viaje.
Jesús(defrijan)
No hay comentarios:
Publicar un comentario