Honey eyes
Cuenta la leyenda que cuando dios decidió completar su obra
expandió la gama de colores y se los fue adjudicando a cada creatura. Y que
cuando la primera lista resultó cubierta, las variaciones cromáticas buscaron
hacerse un hueco para reivindicar su bella existencia. Los acuerdos florecieron
entre seres y brillos hasta que la miel reclamó la exclusividad del dorado.
Rápidamente el sol solicitó su parte y la disputa comenzó a encarnizar
voluntades y deseos. Prolongáronse días y noches y ninguna de las partes cedía.
Así que el juez supremo salomonizó por sentencia el otorgarles a ambos, astro y
miel, la posibilidad de distinguirse del resto luciendo tal color. Lo que no
sospecharon fue que se guardó como prioritaria decisión la esencia primera para
depositarla en sus ojos. Y así entre el pudor y el orgullo fluctúa sabiéndose
dueña de semejante mirada. El pudor la lleva a colgar la medalla a la
reverberación de la tarde en las pupilas que se prestan notarias del
crepúsculo. El orgullo lo esconde para evitar la proliferación de semillas de
envidia que le resultarían incómodas. Se ha acostumbrado a caminar sobre la
arena en los rincones inmaculados que vírgenes se muestran de pisadas, y en
ellos encuentra el solaz, la inspiración y las respuestas no buscadas. Esconde
para sí lo que a todas luces debería mostrar. La pluma vive en la orfandad de
sus silencios temerosos de abrirse a las incomprensiones. Se sabe, por ser, punto de apoyo y consuelo de quien
se ve necesitado y la aflicción se apodera de su sangre cuando se nota errada
en el auxilio. Calla y en su silencio dice más de lo que se puede descubrir en
otros voceríos. Los mil papeles de la representación onírica la bambolean entre
los argumentos que se muestran serviles a ser elegidos por la miel de su mirada
para ser escenificados en el anfiteatro
de la realidad que rechaza si sabe a
ingrata. Le mutan de color conforme las estaciones del ánimo deciden y siempre
se enmarcan en la sonrisa de la discreción que viaja con ella. Mar y azahares
barnizan sus escalas en la escalera racional y en ellos el edén se le
muestra. La veréis llegar sin hacer ruido,
carente de fanfarrias anunciadoras, sin tonos agudos que la anuncien. Concha
hermética que guarda su perla para que sólo la diseñe el nácar que le sea
fiable desde el alma mostrada. Ella ya le dará la forma de modo paciente
ocultando su valor para no despertar recelos. No se perdonaría dañar desde la
no intención y por eso rechaza la apertura de brechas sangrantes. Cualquier
estación la exprime como jugo de la fruta existencial que el árbol del bien
ofrece fingiendo equidad ante todas
ellas para no discriminar a ninguna del cuarteto. Despierta el día y aquellos que anochecieron dorados,
vestidos de verdes se desperezan. Todo sin prisa como melodía del fauno del
jardín del edén. Mientras, ignorante de sus dones, no sospecha, ni alardea, de lo que descuidadamente no ha rubricado,
por no expandir ecos de soberbia al
hecho de desconocerse boceto partícipe de la primavera botticelliana que renace en el dorado. Calla la leyenda que los
panales se orientan al sol y comparten con él la pena de saberse malas copias
de semejante mirada que en el crepúsculo
despierta acunando a la
noche.
Jesús(defrijan)
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