Educar y enseñar
Este dueto verbal lleva tiempo ya siendo objeto de la más
clara disolución en el matraz del equívoco. Por dejadez, inacción o mala
intención, se han ido solapando el uno
al otro hasta crear una nube tóxica que ciegue ojos y tapone tímpanos entre
quienes vagan desorientados. Y vagan
desorientados porque los cantos de sirenas de quienes diseñaron nuevos modelos de enseñanza han conseguido
algo tan simple como el desconcierto generalizado y la pérdida de ruta por llevar la brújula correcta un imán
camuflado llamado estupidez. Se dan validez a postulados absurdos con el fin de
no provocar en quien está en situación de escuchar y obedecer, la menor de las
repulsas vestidas eso sí, de traumas que le podrían conducir al desasosiego de
verse diferente, casi siempre a la baja. Por eso la tabla rasa del gris se
encarga de notificar puntualmente los éxitos del esperanzado hijo en quien
tenemos puestas todas nuestras esperanzas. Eso sí, ante la falta de tiempo o criterio claro,
acabamos delegando en las instituciones escolares la doble labor. Y ahí, el
error se hace palpable. Nadie puede
pretender que los valores inamovibles a lo largo de los siglos sean impartidos desde las aulas para mayor gloria
de nuestra conciencia como padres. No, no es así. Y no se trata de tener mayor
o menor preparación académica para saber
cuáles son esos valores que hablarán de
nosotros por boca de nuestros hijos. De nada servirá el autoengaño, la
sobreprotección o el amiguismo ante nuestros vástagos si la postura en semejante apuesta sólo manifiesta el sí. De nada servirá que
las notas sean mejores o peores, si como
personas lo esencial no se cumple. Y en
ese punto esencial se inscribe la exigencia, el equilibrio y la directriz que
debemos marcar desde nuestro propio
nido. No pidamos que esa labor la realicen otros por nosotros porque lo más
probable será que ni nos guste ni sea suficiente. Ardua labor la de padres que
nadie se ha visto obligado a asumir pero que tiene sus exigencias. El proyecto
de adulto que son nuestros hijos pasa por nosotros y de nuestra
educación saldrán los cimientos sólidos básicos para el aprendizaje. Podremos
pensar que los tiempos han cambiado y que los mejores amigos de nuestros hijos
somos nosotros y por lo tanto no vamos a coartar sus voluntades. Perfecto,
hagámoslo así. Pero tengamos la decencia de no culpar a quien no tiene la
culpa. El día de mañana, con mayor o menor bagaje cultural, los hijos
demostrarán de qué modo han sido educados y ellos hablarán de nosotros por más
que nos alegremos o mal que nos pese. De enseñar ya se encargarán los
profesionales docentes, y seguro que lo hacen genial; para eso se prepararon y con ello disfrutan.
Jesús(http://defrijan.bubok.es)
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