lunes, 11 de mayo de 2015


Plácido

Tal título cinematográfico del genial Berlanga aventuraba cómo una cena de Nochebuena  en casas ricas servía como purgatorio de conciencias al invitar a la mesa a los más humildes de los ciudadanos próximos. Así  se configuraban escenas que flotaban entre el histrionismo y la compasión ante una realidad  palpable y creo que jamás sospechó el  bueno de don Luis que su film acabase siendo premonitorio años después. Esta vez  la mesa navideña se extenderá por los países europeos y el consiguiente sorteo de parias se realizará antes, durante o después de la salida, ruta o llegada de la patera en cuestión a las costas de Europa. Parece ser que se están planteando si merece la pena seguir haciendo oídos sordos y poniendo ojos ciegos a semejantes flujos migratorios de desesperanzados que ansían un futuro mejor. Y las opciones  bailan entre la destrucción de las flotas a modo de armadas vencibles en sus lugares de partida o la distribución de los míseros argonautas que consigan llegar entre los países de la Unión. Aquí es donde el baile de inconvenientes y pegas pide paso. Unos que dicen estar sobresaturados, otros que sus recursos son escasos y todos intentando acoplar en el de enfrente a los huidizos. Estos mismo que encumbraron a mandamases corruptos son los que ahora abogan por una solución que ni ellos creen posible. Mientras tanto, ese sorteo de reemplazos de reclutas sigue su curso sin un plan de licenciatura trazado que conduzca a la justicia social. De tanto segmentar paralelos para no mezclar posibilidades han conseguido que el miedo al naufragio y ahogamiento sea inferior al miedo al exterminio por parte de alguna fuerza autoritaria en su país de origen. De modo que imagino que dentro de nada  un sorteo previo hará las adjudicaciones y con ello conseguirá que la frontera de la desigualdad suba unos kilómetros hacia el norte sin llegar a desaparecer del todo. Hasta que llegue un día en el que ya no haya más frontera que mover y nos demos cuenta de algo tan simple como que la caridad nunca es el remedio. Mientras tanto la placidez del ciego nos seguirá acompañando y la inacción tomará aposento desde la visión catódica de las desgracias ajenas. Igual acabamos pensando que lo tienen merecido por designio de la diosa Fortuna y con ello nos conformamos y consolamos.   Sólo queda por presenciar las disputas que se mantendrán en las mesas a la hora de decidir qué plácido es el que mejor juego hace con los trajes a rayas, los vestidos de firma o el color de nuestros billetes.    

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