Plácido
Tal título cinematográfico del genial Berlanga aventuraba
cómo una cena de Nochebuena en casas
ricas servía como purgatorio de conciencias al invitar a la mesa a los más
humildes de los ciudadanos próximos. Así
se configuraban escenas que flotaban entre el histrionismo y la compasión
ante una realidad palpable y creo que
jamás sospechó el bueno de don Luis que
su film acabase siendo premonitorio años después. Esta vez la mesa navideña se extenderá por los países
europeos y el consiguiente sorteo de parias se realizará antes, durante o
después de la salida, ruta o llegada de la patera en cuestión a las costas de
Europa. Parece ser que se están planteando si merece la pena seguir haciendo
oídos sordos y poniendo ojos ciegos a semejantes flujos migratorios de
desesperanzados que ansían un futuro mejor. Y las opciones bailan entre la destrucción de las flotas a
modo de armadas vencibles en sus lugares de partida o la distribución de los
míseros argonautas que consigan llegar entre los países de la Unión. Aquí es
donde el baile de inconvenientes y pegas pide paso. Unos que dicen estar sobresaturados,
otros que sus recursos son escasos y todos intentando acoplar en el de enfrente
a los huidizos. Estos mismo que encumbraron a mandamases corruptos son los que
ahora abogan por una solución que ni ellos creen posible. Mientras tanto, ese
sorteo de reemplazos de reclutas sigue su curso sin un plan de licenciatura
trazado que conduzca a la justicia social. De tanto segmentar paralelos para no
mezclar posibilidades han conseguido que el miedo al naufragio y ahogamiento
sea inferior al miedo al exterminio por parte de alguna fuerza autoritaria en
su país de origen. De modo que imagino que dentro de nada un sorteo previo hará las adjudicaciones y con
ello conseguirá que la frontera de la desigualdad suba unos kilómetros hacia el
norte sin llegar a desaparecer del todo. Hasta que llegue un día en el que ya
no haya más frontera que mover y nos demos cuenta de algo tan simple como que
la caridad nunca es el remedio. Mientras tanto la placidez del ciego nos
seguirá acompañando y la inacción tomará aposento desde la visión catódica de
las desgracias ajenas. Igual acabamos pensando que lo tienen merecido por
designio de la diosa Fortuna y con ello nos conformamos y consolamos. Sólo
queda por presenciar las disputas que se mantendrán en las mesas a la hora de
decidir qué plácido es el que mejor juego hace con los trajes a rayas, los
vestidos de firma o el color de nuestros billetes.
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