Un Lazarillo llamado Rafael
Dejarse arrastrar por el Siglo de Oro español no es que
suponga un esfuerzo excesivo; más bien viene a ser un deleite el regresar a
aquella época en la que los claroscuros de un Imperio dieron origen a la
genialidad de las plumas. Tan prolijo espacio se convirtió en inmortal alacena
de manejos del lenguaje y de las escenas que afortunadamente nos aparecen de
cuando en cuando. Como ayer, en la que pudimos disfrutar del saber hacer de un
genio llamado Rafael Álvarez “El Brujo”. Un actor que convirtió el monólogo de las
andanzas del Lazarillo de Tormes en una constante ida y vuelta a aquella etapa
de la literatura desde la que pudimos comprobar cómo la ruindad de aquellos personajes
se perpetúa en estos actores que nos
toca sufrir a diario. La astucia de aquel niño que aprendía a base de golpes
encierra una moraleja que imagino que seguimos sin entender. Por eso el
esfuerzo de Rafael llevaba implícito un
guión sobre el que basar nuestras propias puestas en escena. Y todo lo
escenificaba desde la elegancia que
repudiaba lo soez para no descender al averno de la simpleza. Vimos en un
escenario sucederse correlativamente al padrastro, al ciego, al clérigo y en
cada cual adivinamos sin mucho esfuerzo el cúmulo de vicios que les hicieron
inmortales y que otros han heredado a mayor gloria suya y desgracia
nuestra. Sutiles sarcasmos en los que la
queja por el maltrato recibido por Lázaro se solapaba con el recibido por la Cultura
en el tiempo actual. Rafael nos dejó entrever cómo la ceguera de los mandamases
no es tal, pues saben perfectamente cantar las coplas que adormecen mientras
les siguen cayendo los óbolos en sus zurrones. Y nosotros, aprendices de
pícaros, conformándonos con roer las migajas del arcón, libar el vino sobrante
del jarro agujereado y sortear los palos que desde todos los ángulos nos buscan
como dianas. Lo dicho, un genio llamado Rafael, que consiguió desde el
minimalismo estudiado del decorado jugar con las luces y las sombras que nos
llevan de la risa al desencanto en cuanto las bambalinas se quitan el
maquillaje. Quiero pensar que aquel autor de la inmortal obra a quien el miedo
le aconsejó dejarla sin firma, desde la distancia que da
la Inmortalidad estará aplaudiendo al
personaje representado. Eso sí, quizás vuelva a callar por si le pregunta algún
inquisidor si es él el autor, y sonría cuando oiga vociferar al Torquemada de
turno que es una obra de brujería; sin duda un Brujo llamado Rafael le dará la
razón.
Jesús(defrijan)
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