domingo, 17 de mayo de 2015


Un Lazarillo llamado Rafael

Dejarse arrastrar por el Siglo de Oro español no es que suponga un esfuerzo excesivo; más bien viene a ser un deleite el regresar a aquella época en la que los claroscuros de un Imperio dieron origen a la genialidad de las plumas. Tan prolijo espacio se convirtió en inmortal alacena de manejos del lenguaje y de las escenas que afortunadamente nos aparecen de cuando en cuando. Como ayer, en la que pudimos disfrutar del saber hacer de un genio llamado Rafael Álvarez “El Brujo”. Un actor que convirtió el monólogo de las andanzas del Lazarillo de Tormes en una constante ida y vuelta a aquella etapa de la literatura desde la que pudimos comprobar cómo la ruindad de aquellos personajes se perpetúa en estos  actores que nos toca sufrir a diario. La astucia de aquel niño que aprendía a base de golpes encierra una moraleja que imagino que seguimos sin entender. Por eso el esfuerzo de Rafael  llevaba implícito un guión sobre el que basar nuestras propias puestas en escena. Y todo lo escenificaba desde la elegancia  que repudiaba lo soez para no descender al averno de la simpleza. Vimos en un escenario sucederse correlativamente al padrastro, al ciego, al clérigo y en cada cual adivinamos sin mucho esfuerzo  el cúmulo de vicios que les hicieron inmortales y que otros han heredado a mayor gloria suya y desgracia nuestra.  Sutiles sarcasmos en los que la queja por el maltrato recibido por Lázaro se solapaba con el recibido por la Cultura en el tiempo actual. Rafael nos dejó entrever cómo la ceguera de los mandamases no es tal, pues saben perfectamente cantar las coplas que adormecen mientras les siguen cayendo los óbolos en sus zurrones. Y nosotros, aprendices de pícaros, conformándonos con roer las migajas del arcón, libar el vino sobrante del jarro agujereado y sortear los palos que desde todos los ángulos nos buscan como dianas. Lo dicho, un genio llamado Rafael, que consiguió desde el minimalismo estudiado del decorado jugar con las luces y las sombras que nos llevan de la risa al desencanto en cuanto las bambalinas se quitan el maquillaje. Quiero pensar que aquel autor de la inmortal obra a quien el miedo le aconsejó dejarla sin firma, desde la distancia  que  da la Inmortalidad  estará aplaudiendo al personaje representado. Eso sí, quizás vuelva a callar por si le pregunta algún inquisidor si es él el autor, y sonría cuando oiga vociferar al Torquemada de turno que es una obra de brujería; sin duda un Brujo llamado Rafael le dará la razón.

 

Jesús(defrijan)

No hay comentarios:

Publicar un comentario