El peluquero griego
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Me da la sensación de que quien me ha comentado la noticia
lo ha hecho con la intención de sacarme una sonrisa y a fe que lo ha
conseguido. Y no solo la sonrisa sino un ápice de envidia imposible de
camuflar. Me aseguró que los peluqueros griegos suelen jubilarse a los cuarenta
y pico años. Sí, ya sé que parece una
broma y como tal la he de tomar. Pero, ¿y si resultase cierto? Imaginemos un
país en el que aquellos que llevan un par de decenios de vida laboral
decidiesen tirarse a la bartola por los
restos de sus días cuando todavía están en plenas facultades de poder disfrutar
de la vida. Imaginemos un país en el que el relevo laboral se asegurase a
aquellos jóvenes preparados que están dispuestos
a comerse el mundo antes de ser engullidos por el mundo mismo. Imaginemos un
país dinámico en sus estructuras que permitiese que el matemático fluctuase a
su antojo entre ecuaciones bajo la sombra de una higuera; o donde el físico
contemplase la posibilidad de la caída del higo sobre la cabeza del matemático
para seguir demostrando la ley de la gravedad; o la del músico que pusiese armonía
a la ecuación de la caída entre acordes veraniegos; o la del poeta que
compusiese odas a la placidez esperando a las olas raptadoras que las borrarían de las arenas; o la del
carpintero que diseñase la hamaca desde la que contemplar semejante puesta en
escena mientras lijaba la mesa próxima
en la que el camarero, jubilado también, preparase los cócteles que animasen tal
reunión; o la del pintor que inmortalizase en acuarela semejante escena para
mayor gloria de generaciones futuras. Y todos ellos esperando turno ante el
pausado fígaro que afilaría sus navajas para dar cumplida cuenta de cabellos
revueltos. Filosofarían sobre la hermosura de la vida y lo bien ganado que
tenían su retiro en la frontera de los años y el horizonte azul de la
esperanza. Las cabras dispuestas a ofrecerse al ordeño de los que saldrían los
yogures como fuente de longevidad y las uvas preñadas de granos a los que pisar
y convertir en mostos. Alguien o algunos que no estuviesen de acuerdo serían
desterrados al país de los trajes encorsetados y corbatas corredizas al
demostrarles que eran ellos los errados. El tic tac de las horas vendría de la caída
lenta de los granos de arena del reloj del solaz. Las líneas divisorias las marcarían la alegría
y el saber disfrutar de los placeres que
por pequeños que fuesen serían más valorados. Y a un lado estarían los seres
robotizados y al otro los que en un momento determinado de su vida decidieron
vivirla sin pagar más tributo que su propia felicidad. Por eso mismo, creo que
será mejor empezar a valorarse por si en
un momento determinado recuperamos la
cordura y decidimos imitar al peluquero griego que todos llevamos dentro y nos
negamos a admitir. Solo habrá que mirarse al espejo para salir de dudas y actuar
en consecuencia.
Jesús(defrijan)
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