viernes, 26 de junio de 2015


           El peluquero griego
 
    Me da la sensación de que quien me ha comentado la noticia lo ha hecho con la intención de sacarme una sonrisa y a fe que lo ha conseguido. Y no solo la sonrisa sino un ápice de envidia imposible de camuflar. Me aseguró que los peluqueros griegos suelen jubilarse a los cuarenta y pico años.  Sí, ya sé que parece una broma y como tal la he de tomar. Pero, ¿y si resultase cierto? Imaginemos un país en el que aquellos que llevan un par de decenios de vida laboral decidiesen tirarse a la bartola  por los restos de sus días cuando todavía están en plenas facultades de poder disfrutar de la vida. Imaginemos un país en el que el relevo laboral se asegurase a aquellos jóvenes preparados  que están dispuestos a comerse el mundo antes de ser engullidos por el mundo mismo. Imaginemos un país dinámico en sus estructuras que permitiese que el matemático fluctuase a su antojo entre ecuaciones bajo la sombra de una higuera; o donde el físico contemplase la posibilidad de la caída del higo sobre la cabeza del matemático para seguir demostrando la ley de la gravedad; o la del músico que pusiese armonía a la ecuación de la caída entre acordes veraniegos; o la del poeta que compusiese odas a la placidez esperando a las olas raptadoras  que las borrarían de las arenas; o la del carpintero que diseñase la hamaca desde la que contemplar semejante puesta en escena  mientras lijaba la mesa próxima en la que el camarero, jubilado también, preparase los cócteles que animasen tal reunión; o la del pintor que inmortalizase en acuarela semejante escena para mayor gloria de generaciones futuras. Y todos ellos esperando turno ante el pausado fígaro que afilaría sus navajas para dar cumplida cuenta de cabellos revueltos. Filosofarían sobre la hermosura de la vida y lo bien ganado que tenían su retiro en la frontera de los años y el horizonte azul de la esperanza. Las cabras dispuestas a ofrecerse al ordeño de los que saldrían los yogures como fuente de longevidad y las uvas preñadas de granos a los que pisar y convertir en mostos. Alguien o algunos que no estuviesen de acuerdo serían desterrados al país de los trajes encorsetados y corbatas corredizas al demostrarles que eran ellos los errados. El tic tac de las horas vendría de la caída lenta de los granos de arena del reloj del solaz.  Las líneas divisorias las marcarían la alegría y el saber disfrutar de  los placeres que por pequeños que fuesen serían más valorados. Y a un lado estarían los seres robotizados y al otro los que en un momento determinado de su vida decidieron vivirla sin pagar más tributo que su propia felicidad. Por eso mismo, creo que será mejor empezar a valorarse  por si en un momento determinado  recuperamos la cordura y decidimos imitar al peluquero griego que todos llevamos dentro y nos negamos a admitir. Solo habrá que mirarse al espejo para salir de dudas y actuar en consecuencia.    

Jesús(defrijan)

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