viernes, 19 de junio de 2015


Te veo, me ves, nos vemos

Efectivamente, la vista es el sentido más utilizado de un tiempo a esta parte, más explotado diría yo.  Y no es porque antes no lo fuese, no; es que el desarrollo de las tecnologías lo ha encumbrado al primer puesto por méritos propios. Nos hemos convertido en mirones propios y extraños y si midiésemos  la longitud de las pupilas seguro que percibíamos una mutación batracia. A esto se le añade la curvatura del cuello hacia la línea fronteriza de las manos. Si, efectivamente, me estoy refiriendo al uso intensivo del móvil; de ese artilugio que en base a sus múltiples aplicaciones nos ha mutado en clones de palomas mensajeras sin alas pintadas ni zureos avícolas. Los dedos prensiles  se han adherido al teclado y el método de aprendizaje mecanográfico ha conseguido sus mejores resultados sin apenas estudio. Mensajes de una habitación a la otra, de un lugar del sofá al que está a escasos centímetros, de una silla a la inmediata, en base a la negación del verbo. Y todo añadido al dolor no percibido del artista o locutor que tras la pantalla del televisor sospecha que le oímos pero no lo escuchamos ni vemos. Pero ya lo más inquietante resulta la confluencia en un cruce de avenidas. Allí los ojos trazan segmentos de rayos alfa hacia todos los lados. El conductor hacia su entrepierna en la que intenta ocultar su transmisor; el guardia urbano que otea la posibilidad de recetar un telegrama punitivo hacia el tecleante;  los ojos de las columnas que quieren  captar la densidad del tráfico y de paso escudriñar en los mensajes llegados del subsuelo del salpicadero; el semáforo que echa en falta un sonido que despierte a todos ante su ignorada presencia. Lo dicho, todos mirando sin recibir una mirada de respuesta. Puestos a imaginar, imaginemos que todo cambiase a mayor gloria de lo absurdo. Que el poste vigía mirase al cielo para ver el vuelo de las aves migratorias; que le policía escudriñase en su propia terminal y buscase cuántos seguidores tiene en sus tuits;  que el conductor fuese capaz de mover sus ojos como los camaleones y de paso la piel para pasar desapercibido;  que el semáforo cambiase sus colores por unos gestos sonrientes para permitir y denegar el paso en base a lo que reflejase el rostro de cada quien al recibir la respuesta a su whatsapp enviado. Sin duda sería mucho más divertido y quizá el sueño de la mañana diese paso a una sonrisa amplia que firmase el estribillo de Serrat, que tanto nos gusta y tan poco ponemos en práctica.  Os dejo, acaba de cambiar de color el semáforo y un guripa me mira con recelo.    

 

Jesús(defrijan)

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