Te veo, me ves, nos vemos
Efectivamente, la vista es el sentido más utilizado de un
tiempo a esta parte, más explotado diría yo.
Y no es porque antes no lo fuese, no; es que el desarrollo de las
tecnologías lo ha encumbrado al primer puesto por méritos propios. Nos hemos
convertido en mirones propios y extraños y si midiésemos la longitud de las pupilas seguro que
percibíamos una mutación batracia. A esto se le añade la curvatura del cuello
hacia la línea fronteriza de las manos. Si, efectivamente, me estoy refiriendo al
uso intensivo del móvil; de ese artilugio que en base a sus múltiples
aplicaciones nos ha mutado en clones de palomas mensajeras sin alas pintadas ni
zureos avícolas. Los dedos prensiles se
han adherido al teclado y el método de aprendizaje mecanográfico ha conseguido
sus mejores resultados sin apenas estudio. Mensajes de una habitación a la
otra, de un lugar del sofá al que está a escasos centímetros, de una silla a la
inmediata, en base a la negación del verbo. Y todo añadido al dolor no
percibido del artista o locutor que tras la pantalla del televisor sospecha que
le oímos pero no lo escuchamos ni vemos. Pero ya lo más inquietante resulta la
confluencia en un cruce de avenidas. Allí los ojos trazan segmentos de rayos alfa
hacia todos los lados. El conductor hacia su entrepierna en la que intenta
ocultar su transmisor; el guardia urbano que otea la posibilidad de recetar un
telegrama punitivo hacia el tecleante;
los ojos de las columnas que quieren captar la densidad del tráfico y de paso
escudriñar en los mensajes llegados del subsuelo del salpicadero; el semáforo
que echa en falta un sonido que despierte a todos ante su ignorada presencia. Lo
dicho, todos mirando sin recibir una mirada de respuesta. Puestos a imaginar,
imaginemos que todo cambiase a mayor gloria de lo absurdo. Que el poste vigía
mirase al cielo para ver el vuelo de las aves migratorias; que le policía escudriñase
en su propia terminal y buscase cuántos seguidores tiene en sus tuits; que el conductor fuese capaz de mover sus
ojos como los camaleones y de paso la piel para pasar desapercibido; que el semáforo cambiase sus colores por unos
gestos sonrientes para permitir y denegar el paso en base a lo que reflejase el
rostro de cada quien al recibir la respuesta a su whatsapp enviado. Sin duda
sería mucho más divertido y quizá el sueño de la mañana diese paso a una
sonrisa amplia que firmase el estribillo de Serrat, que tanto nos gusta y tan
poco ponemos en práctica. Os dejo, acaba
de cambiar de color el semáforo y un guripa me mira con recelo.
Jesús(defrijan)
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